Es Compliance una de esas obras difíciles de encontrar en el cine norteamericano actual, tanto por el hecho de ser cine independiente hasta las últimas consecuencias, como por el de saber lanzar una crítica feroz en la que no hay malos ni buenos, hay afectados por un sistema que todavía preservan secuelas de una de las crónicas más negras en los últimos años en el país con capital en Washington, y es que el 11-S no sólo fue una tragedia para las víctimas en aquel terrible atentado, también lo fue por una sociedad marcada a fuego por las consecuencias de un día nefasto en la historia americana.
Obviamente, Zobel no nos habla sobre ese episodio puesto que, aunque su película enlaza a la perfección con la mentalidad de una sociedad que quedó anulada por decisiones restrictivas y una capitalización total de la autoridad imperante allí, para él todo es mucho más sencillo y queda reducido a unos acontecimientos más vagos pero no por ello de menor importancia. Es así como a raíz de lo que parece ser una inocente llamada acerca del robo perpetrado por una empleada que trabaja en un restaurante de ‹fast food›, se desatan las macabras consecuencias de un acto que no parecía tener más trascendencia que esa y, sin embargo, deja sobre la mesa temas tan importantes como la desconfianza de esa sociedad hacia la autoridad, ante la que sólo existe la negación de la voluntad propia, e incluso el servilismo de cierto sector (aquí representado por personajes de edad más avanzada) que, no contentos con estar satisfechos con lo que se les otorga, siguen al pie de la letra cada una de las ordenanzas impuestas desde esos estamentos sin ni siquiera dudar sobre la moralidad o corrección de esos hechos.
Poco más se puede decir acerca de la trama de Compliance sin desguazarla por completo, aunque afortunadamente su director nos tiende multitud de vertientes que no sólo afilan y compactan ese discurso. Por poner un ejemplo, en su último plano observamos cómo uno de los personajes ríe, ajeno a lo sucedido, ante las cuestiones que se le formulan, incluso intenta desvíar el tema y banalizarlo sin éxito; ello no deja de ser un claro ejemplo de esa inconsciencia y nulidad de pensamiento que parece eludir en su cabeza cualquier responsabilidad acerca de lo acontecido y, por si fuera poco, desdramatizar las consecuencias de un acto ya de por sí grave, pero que ante los ojos de ese personaje no parece sino una mera y perversa anécdota más engarzada en el despropósito en que parece haberse convertido una sociedad apocada al vacío y al silencio cuando la réplica formal sería la más adecuada de las sendas a seguir.
Además de todo ello, el cineasta neoyorquino cuida al milímetro todos los detalles de su obra, y es que pese a desarrollarse en un escenario principal y espacios adyacentes que complementan el relato, no teatraliza en ningún instante una historia que no únicamente no lo requería, sino además pedía a gritos visos de una realidad que Compliance, pese a lo descabellado de su desarrollo, acoge con total uniformidad. Tampoco olvida Zobel el terreno en que se mueve, un thriller atípico y tangible, sabiendo manejar a la perfección sus compases y creando una sensación que se mueve entre la tensión de unos hechos agravados por momentos y la incomodidad de una situación que, ni cuando empieza a mostrar sus cartas, deja de serlo ni por asomo. Ello se debe también a la magnífica labor de un reparto que funciona como espejo de esa nación, y en que la cercanía de unos personajes que bien podría encontrarse uno a la vuelta de la esquina resulta clave para sumergirse del todo en Compliance.
Las palabras puestas en la boca de nuestra protagonista prácticamente al cierre de Compliance son el verdadero testimonio de una película que no se conforma con la intranquilidad de un espectador en cuya mente seguirá escarbando incluso después del visionado, y es que se muestra como una obra tan tenaz como necesaria, que nos habla sobre la necesidad imperante de un país que, como su título indica, busca la conformidad de un estado y esa ya citada autoridad, y lo hace hasta las últimas consecuencias, aunque estas puedan llevar a conclusiones tan desazonadoras como, por desgracia, definitorias.
Larga vida a la nueva carne.