Ignacio (Nacho) Agüero vuelve a la pantalla continuando la idea central del cortometraje documental que realizó en 1985: Como me da la gana. Aquel primer trabajo fue un acto pacifista lleno rabia. Reaccionando ante un gobierno opresor, que le acaba de censurar su primera película. Vuelve ahora, no con una segunda parte, pero con una exploración más articulada y caprichosa que la original.
Como me da la gana II se mueve en pasos pequeños, pero el piromaníaco director, Ignacio Agüero, intenta minar cada paso que da. Avanza el metraje y vuelve a empezar. El polvo de cada destrucción, y las huellas en el suelo, van creando un eco en la pantalla. Sin embargo, la película tiene una energía que parece estar en constante movimiento hacia delante. Su motor se esconde en la voz apacible del director que se/les/nos pregunta ¿Qué es lo cinematográfico?
A partir de esta premisa Agüero va construyendo, junto a su montajista Sophie, una película que recuerda la estructura de El otro día . Pivota en las declaraciones de los colegas, cineastas chilenos, sobre el oficio, y abre tiempos muertos entre entrevista y entrevista. Las voces desaparecen y dejan un telón de fondo, sobre el cual Agüero va proyectando distintas imágenes deambulantes. Se sumerge en sí mismo, en su padre, en sus fijaciones. Deambula hasta perderse en pequeñísimos haikus que rebusca en el cajón de su archivo de las imágenes. Los poemas realizados por gestos de la cámara parecen fascinarle.
Negro.
-¿Pero qué tiene que ver esto? – pregunta Sophie, la montajista.
-Sophie, ¿nos perdimos? – Ignacio Agüero da el grito de socorro.
Así, de pronto, se corta la poesía y la película comienza otra vez. De nuevo, el director sale en busca de lo cinematográfico. Se sirve de entrevistas a cineastas durante sus rodajes, talleres de cine para niños, imagenes super 8 caseras, grabaciones en la sala de montaje, films suyos y ajenos e imágenes de archivo del propio director. Idas y venidas por paisajes y rostros, haciendo hincapié en las leves relaciones poéticas, fijadas con el gesto de un zoom o una panorámica.
En fin, la respuesta de lo cinematográfico está en todo y en nada a la vez. La respuesta, a veces, parece estar en la forma. El borrón ya no es cuenta nueva. El error de habernos perdido en las imágenes o el acierto de volver a comenzar. Damos por sentado que el recomenzar la película una y otra vez, no es signo de duda, si no artificio y capricho de un director consagrado.
P.S.
Quizá esta película alivie al rabioso Jonas Mekas, que escribía para la revista Film Culture en Abril de 1961, sobre la ausencia de lo cinematográfico en la película One-Eyed Jacks (1961) de Marlon Brando:
«Los puritanos de Hollywood cortaron la película de Brando hasta los huesos, hasta la acción principal. Le sacaron las tripas. Ahora, solo vemos los picos que marcan la progresión de la acción. […] No vemos cómo decidió dar el ese golpe, ni las decisiones que tomó, ni las tribulaciones por las que pasó, ni las agonías. Todo desapareció en los basureros de Hollywood.»
Texto original de Jona Mekas (Movie Journals, 1959-1971):
«What the puritanical Hollywood cutters did was to trim Brando´s movie down to the bone, to its main action. The flesh went out. What we see are only the peaks marking the plot progression. […] What we don´t see is how the fist decided to hit, through what decisions it went, what hesitations, agonies. All that disappeared into the Hollywood waste-baskets.»