Color Out of Space no es estrictamente una película original, de hecho el relato de H.P. Lovecraft en el que está basado ya se adaptó en su día en la ochentera Granja maldita. Película de serie B que, a pesar de ser apreciable, obviaba la estética lovecraftiana y se decantaba por acabar siendo lo más parecido a un slasher de gente víctima de una locura poco o mal explicada.
En este sentido a Richard Stanley habría que afearle el no reconocimiento de su inspiración fílmica pero, por otro lado, hay que aplaudir el saber dar un enfoque totalmente diferente que alejando a su film del remake puro y duro y situarse en otro marco genérico donde el terror pivota más en la atmósfera visual y, porque no decirlo, soltar a la bestia desatada que lleva dentro un Nic Cage cada vez más cómodo y en su salsa en este tipo de películas.
Y es que ya nos lo gritó el año pasado a raíz de Mandy: Hay que ser abstracto, y de alguna manera Richard Stanley recoge este guante ofreciendo una obra que funciona mejor cuanto más alocada y lisérgica se pone. No en vano es quizás su tramo central, donde hay un desarrollo temático más convencional, cuando el tedio y la dispersión se apoderan del metraje.
No obstante, a pesar de cierta lagunas en la construcción narrativa (esencialmente en la aparición/desaparición aleatoria de ciertos personajes) Stanley hace hincapié en la lenta desestructuración familiar como eje temático principal. La influencia extraterrestre no es más que un disparador lisérgico de las tensiones ya patentes. La soledad y la incomprensión mutua son la realidad, ese sueño que los protagonistas dicen estar viviendo sin ser conscientes de que en realidad es una pesadilla.
Stanley hace que la contaminación alienígena no sea más que un espejo grotesco de ese presunto mundo idílico que lentamente convierte jardines, animales exóticos y la unidad familiar en naturaleza salvaje, mutantes vociferantes y fusiones literales de la carne. Un viaje psicotrópico desatado en un mar de sangre, estática, alucinaciones y encierro mental que acaba estallando en el blanco y negro de la ceniza en que se convierte la impostura.
Color Out of Space es sin embargo una obra irregular que parece tener claros tanto los conceptos a explorar como el aparato visual necesario para ello pero que, en el traslado, no acaba de cuajar dejando demasiados comentarios subtextuales, esencialmente algunos conflictos personales y el tema ecológico, en el limbo para, finalmente, acabar centrándose en lo que parece ser un acelerado tramo final como ‹fan service› a mayor gloria de Nic Cage.
Aún así el film de Richard Stanley nos deja un buen sabor de boca por sus hallazgos formales, su locura sin complejos y por qué, al fin y al cabo, transita sin complejos entre la lisergia y el tedio para acabar en un éxtasis glorioso. Básicamente una masturbación scifi donde caben todas las fantasías y tabúes y que, por tanto, puede ser momentáneamente vergonzante pero finalmente acaba en lo más parecido a un orgasmo en forma de explosión salvaje.