Kosovo, principios de los años 90. La República de Yugoslavia cancela la autonomía de la región de Kosovo otorgando el control de algunos de sus departamentos al gobierno serbio y disolviendo así su Parlamento. En ese contexto, Sijarina, que presenta con Cold November su segundo largometraje de ficción, nos ubica en el seno de una familia trabajadora donde Fadil, padre de dos hijos, vive en un hogar humilde junto a su esposa y su progenitor. Ante esa tesitura, que desembocará en protestas pacíficas —como las caceroladas que se repiten cada noche en el edificio donde vive Fadil— y manifestaciones debido a una situación que busca ser revertida, el protagonista deberá tomar una delicada decisión: o renunciar a su trabajo uniéndose a la mayoría de sus compañeros, que intentan ejercer medidas de presión para que sea restituido el estado actual en el que se encuentran tras la declaración realizada, o continuar con algo que estima necesario para poder subsistir en un marco que, a partir de ese momento, se antoja de lo más complejo, aún a riesgo de tener que enfrentarse con las miradas de compañeros, vecinos, amigos e incluso familiares, pues la coyuntura a afrontar va más allá de unos ideales o doctrinas que, por más que permanezcan en pie, no servirán a Fadil para poder sustentar a sus seres queridos en lo que se presume como un estado de emergencia.
A partir de la resolución tomada por el protagonista, el cineasta kosovar entabla un discurso que destaca precisamente por su marcada ambivalencia. Y es que, si bien es cierto que en casi todo momento seguimos a Fadil y somos partícipes tanto de sus decisiones como del modo en cómo irá atisbando que ese espejo que es la realidad puede llevarle a arrojar una actitud que no muestra sino las contradicciones de una cuestión cuyas vicisitudes no se resumen en una u otra opción, Cold November se muestra capaz de acatar distintas percepciones frente a una misma mirada. Como en esa secuencia donde tanto Fadil como un compañero y amigo suyo intentan razonar con sus allegados cuál es el motivo que les ha llevado a tomar una determinación, pero siendo estas distintas, no dejan de establecer razonamientos bastante semejantes. Es obvio que, en ese contexto, al fin y al cabo lo que hacen ambos personajes —ya sea en una dirección u otra— es engañarse, ofreciendo de ese modo un retrato que ante todo se siente cercano y puede ser fácilmente identificable por el espectador, dado que tanto sus dudas como discordancias no dejan de humanizarlos en cierta manera.
Cold November se compone como un film austero, que apuesta por el formato como herramienta a través de la cual dibujar esa situación por momentos asfixiante y angustiosa que vive Fadil, haciendo incluso del plano —que encuentra, por lo general, en sus angulaciones más cerradas la vía idónea para el relato— un certero espejo de ese estado que busca plasmar su autor. Es, de hecho, su abordaje desde una representación formal cercana al hiperrealismo —roto, eso sí, en algún momento por su banda sonora extradiegética, desplazando a conciencia en su última escena la irrespirable realidad en la que se sostiene todo—, aquello que dota al film del tono adecuado para dibujar, antes que contextos —que más bien quedan reproducidos por elementos externos o por la comunicación que establece el protagonista con el resto de personajes— una psicología adecuada para afrontar ese entorno donde la vergüenza y los ideales alimentan un tortuoso camino a partir del que ir descubriendo los retales de una humanidad desasistida en procesos capaces de restar o atribuir dignidad como si esta fuese poco más que una insignia que llevar colgada ante el resto de la sociedad.
Larga vida a la nueva carne.