Si algo no se le puede negar a Jessica Hausner en Club Zero es su transparencia. El mensaje, lo que pretende expresar, así como el método empleado, queda claro de forma nítida en los primeros minutos de metraje. Un barco del que no se va a bajar y que confiere la idea de estar ante una película perfectamente planificada y ejecutada conforme a lo previsto. El problema viene cuando esta claridad se vuelve en contra justamente por no moverse ni un milímetro o lo que es lo mismo: si Club Zero fuera un corto nos hubiera quedado igual de clara la propuesta.
Es por esto precisamente que la sensación global es que estamos ante una película que sabe a donde va pero que no consigue llegar a ningún lado. Repetitiva, superficial, estancada en un bucle de situaciones que pueden llevar a un cierto agotamiento por iteración. Sin embargo me da la sensación de que Hausner no es del todo ajena a este resultado o mejor dicho, esta sensación, incluso de hastío, está plenamente buscada.
Al fin y al cabo estamos ante un film que pretende criticar sin miramientos la idiocracia, el enajenamiento, los traumas y la incapacidad del mundo burgués para reaccionar ante cualquier cosa que el sistema (que tanto pretenden criticar) les convence de que es correcto. En este caso se habla fundamentalmente de la nutrición, de los problemas consecuentes de la misma y con ello todas las derivadas al respecto como la pobreza, el cambio climático, el hiper consumismo, el rendimiento máximo, o sencillamente el propio aspecto físico.
Llevando el tema de la dieta al extremo así como la nueva oleada de gurús de medio pelo, Hausner retrata no tanto a unos adolescentes perdidos sucumbiendo a una manipuladora sino a un colectivo de padres y de directivos de colegio (que podrían ser de una empresa) incapaces de asumir lo que está pasando y que, en el nombre del amor a sus hijos y de la(s) moda(s) imperante(s) son incapaces de tomar decisiones, entrando en bucles absurdos, en conflictos que no pueden resolver. Incluso, hasta en el drama final, la venda no acaba de caer del todo.
Todo ello bajo una puesta en escena árida, tediosa, repetitiva hasta el extremo en sus situaciones y gama cromática. Una visión que bajo el aspecto de distancia y de frialdad seca se constituye en una mirada absolutamente cínica, con un sarcasmo sutil y constante que genera algo parecido a una especie de humor de risa nerviosa. Una incomodidad palpable y constante con algún desliz (y quizás esto sí es una concesión errónea) hacia lo desagradable de forma explícita cuando el fuera de campo había funcionado mejor durante todo el metraje.
Club Zero pues, tiene una apariencia sencilla y soleada que sirve como tapadera para el abismo de negrura profunda que esconde. Una crítica no precisamente sutil aunque calculadamente ambigua. Más que lo que se dice la duda reside en lo que se pretende con ello. ¿Película reaccionaria o bofetada a la sociedad del absurdo? En todo caso una invitación a la reflexión cuyas conclusiones seguramente no gustarán a nadie.