Hemos superado ya el ecuador del Festival de San Sebastián y su Sección Oficial está dejando, por el momento, más decepciones que alegrías. Trabajos tan esperados como el de Bertrand Tavernier han sido protagonistas de algunos reveses ligeros y otros muy considerables. La sorpresa estaba haciéndose esperar demasiado, y la mañana del miércoles ha traído en la mexicana Club Sándwich algo que se asemeja bastante a ella, un soplo de aire fresco especialmente necesario entre tanta vieja gloria.
Se trata del tercer largometraje del mexicano Fernando Eimbcke, cuya ópera prima Temporada de patos (2004) tuvo continuación con el éxito de Lake Tahoe (2006). Su nexo de unión es el protagonismo de la adolescencia, la introducción de la madurez en sus protagonistas. Aquí, lo que inicialmente iba a estar centrado en el despertar sexual de un quinceañero se fue convirtiendo paulatinamente durante su construcción en una historia centrada en el personaje materno y las consecuencias que sufre al enfrentarse a la maduración de su hijo.
Club sándwich comienza con unos créditos inusualmente largos acompañados por una versión algo loca del Where is My Mind? de Pixies. A continuación se nos presenta a Paloma, una madre soltera bien entrada en la treintena que pasa unas anodinas vacaciones en un aislado resort prácticamente vacío junto a su adolescente hijo Héctor. Los comentarios sobre qué sándwich van a pedir al servicio o la necesidad de no retrasar el uso de protector solar son lo más emocionante que les sucede. Con la omnipresencia inicial del ventilador como tercer personaje, Eimbcke construye una especie de comedia del tedio que explota cuando aparece Jazmín, otra adolescente que pasa las vacaciones allí acompañada por una familia atípica.
La anti-aventura sexual de Héctor se produce casi por inercia ante su encuentro, puesto que la pasividad de todos los personajes sigue siendo una constante. Sin embargo, la irrupción del segundo personaje femenino provoca una tormenta en Paloma que se convierte en principal elemento cómico al que se aferra el guión. La madre soltera, cuya vida personal ajena al hijo no es explicitada –se intuye entre la presentación del personaje y la expresividad de la actriz televisiva boliviana María Renée Prudencio–, desarrolla un sentimiento de rabia ante el inevitable despliegue del hijo que se traduce en una segunda mitad con diálogos más ricos y agudos, pero igualmente repleta de ese estaticismo que toma como seña de identidad y se convierte en motor generador de casi tanta tensión como sonoras carcajadas.
Los movimientos de cámara son inexistentes y los planos fijos de los personajes inmóviles suponen una constante. De una relación que cobra su única dimensión palpable en la correspondencia filial se pasa sutilmente a otra más compleja, que genera unos celos y disputas que desembocan en el divertido clímax de la cinta. El inmovilismo se impregna de rebeldía, los ventiladores se apagan y ceden ante el despertar de Héctor, una aventura mínima y efímera que deja de relieve el evidente temor a la soledad del personaje femenino principal.
En resumen, Club sándwich es una comedia tan sencilla como sugerente y acertada en la composición de sus personajes y el conflicto que atraviesan, todo esto sin dejar de lado un trasfondo de melancolía siempre latente. Eimbcke eleva el nivel del Festival y se confirma como un director a tener muy en cuenta.