Existe en lingüística aquello que denominamos ‹false friend›. Es decir, aquellas palabras que suenan parecidas en otro idioma pero que no significan lo mismo que en el nuestro. Pues bien, algo parecido podría darse con la consideración que se tiene de un cineasta como Kiyoshi Kurosawa. Desde luego que es innegable que su filmografía contiene joyas indiscutibles como Cure o Kairo y que su amor por el cine de género no le ha impedido transitar por otros terrenos sin perder ni un ápice de su sello personal. ¿En que es un ‹false friend› entonces Kurosawa? En que muy a menudo sus películas son más una promesa que una realidad, y todo cimentado en sus escasos aciertos (que reiteramos, cuando lo son, son grandes obras) que generan el “falso recuerdo” de gran director obviando sus múltiples películas que oscilan entre lo fallido o lo directamente indigesto.
Lo que sí es innegable es que estamos ante un director cuyo sello no es tanto autoral en lo estrictamente formal, aunque algunos aspectos formales sí son reconocibles, como la personalidad que imprime en sus obras. O dicho de otra manera, la particularidad de su cine es que es absolutamente libre de ataduras en el enfoque genérico. Kurosawa es un verso suelto, alguien a quien no le importan los rodeos ni los desvíos a la hora de trazar su narrativa. Lo que sí parece molestarle es todo lo contrario, o sea, las convenciones, lo que se supone que las películas deben ser cuando se encuadran en una temática concreta. Esto, claro, tiene el peligro de una moneda al aire. Puede salir una genialidad absoluta, como por el ejemplo esa muestra de ‹J-horror› alternativo que era Kairo o puede salir algo como lo que nos ocupa: Cloud.
No cabe duda de que si la idea era ofrecer un producto en la línea de la estética y temática del ‹V-Cinema› noventero el acierto es pleno pero, por otro lado, se espera algo que la eleve a algo más que no un mero ‹copycat› de dichas cintas. Y ese es el problema fundamental con Cloud, que acaba siendo un batiburrillo de temas y tonos que nunca acaban de mezclar del todo bien. De hecho, lo que predomina es el desconcierto y no en el buen sentido del término precisamente.
Resulta muy complicado entrar en una propuesta cuya primera hora de metraje podría titularse “Un Revendedor de Tokyo” y ser un drama de raíz social para pasar sin solución de continuidad a un film de venganzas, luego a una ‹home invasion›, luego a una de acción pero en ‹slow motion› y acabar con un tono apocalíptico que, si me preguntan, a pesar de su abstracción, es casi lo mejor de la película. Y no, no es que no se entienda, por así decirlo. De hecho la crítica del turbo capitalismo y su conversión en disparador de lo peor del ser humano (egoísmo, envidia, violencia) para llegar al “fin del mundo” podría haber sido hasta estimulante.
El problema reside no tan solo en la mescolanza abrupta de géneros sino en la incapacidad de encontrar el todo adecuado en el conjunto. Este es un film que por momentos se toma muy en serio a sí mismo, en otros roza la comedia involuntaria y que acaba con un nihilismo desmedido y negro. Con todo ello, podemos decir que Cloud puede resultar por momentos incluso tierna en su locura pero la sensación de desaguisado desastroso acaba por restarle cualquier consideración mínimamente aceptable.