Perros deambulando por las calles de Taipei, durmiendo en cualquier pequeño rincón que les proporcione tranquilidad y refugio. Perros esperando probablemente el regreso de su dueño. Perros buscando algo que comer para sobrevivir otro día más en solitario en el principal centro metropolitano y capital de Taiwan —y uno de los de mayor importancia económica del mundo—, atraídos por la actividad que no cesa durante las noches de los comercios, parques, coches, señales y sus luces. La máxima expresión de la mirada de la directora de Closing Time (Nicole Vögele) es la captura de estos pequeños detalles que pasan inadvertidos en el contraplano nocturno de la vida de una gran ciudad de efervescencia económica, social y cultural durante el día que configura en su película.
El film está planteado como un documental de observación, uno en el que parece que los espacios carecen de sentido si no son habitados. Un restaurante, un gimnasio, una tienda de tatuajes… la estructura del montaje se fija alrededor de puntos concretos de la geografía urbana siempre en relación directa con su entorno. La cámara entra en esos sitios y registra sus actividades, los gestos cotidianos, los clientes que entran, las rutinas del trabajo de sus empleados y dueños. El sonido conecta el interior y el exterior y apunta referencias muy reconocibles que mezclan las atmósferas pública y privada, que forman una parte fundamental de los ambientes que Nicole Vögele trata de captar a partir de de la presencia humana. Dentro de esta mirada complementa también el punto de vista desde las calles contextualizando los rincones que presenta con la perspectiva desde la inmersión en los mismos espacios, que no deja nunca fuera de campo la calle con el tránsito de personas y la iluminación por mínima que sea.
Las conversaciones de una pareja cenando, las negociaciones en el puerto por una compra de pescado y un repartidor se alternan con las tareas repetitivas de los trabajadores de esos locales. El montaje presenta una narrativa propia a partir de los elementos escenográficos que enumera de principio en varias líneas paralelas que sirven para establecer diferentes momentos de fuga de la oscuridad nocturna hacia el amanecer. Los planos de un cruce en una concurrida esquina, la composición más abierta desde fuera de los recintos de las tiendas y lugares que retrata, la intrusión en ellos y el seguimiento de algunos de los individuos que los transitan acaban formulando un sentido visual único que trabaja con la larga duración de sus tomas y la repetición para transmitir esa idea de dilatación y el transcurso temporal o de acciones y emplazamientos fuera de tiempo perdidos en la madrugada hasta que se reencuentran con la civilización que conocemos cuando sale el Sol.
Existe cierto momento de ruptura formal en la que el registro estático cambia siguiendo a uno de los habitantes por las carreteras externas a la gran urbe por colinas y pueblos. La extraña y distorsionada banda sonora añadida de forma externa confirma una manipulación deliberada y consciente del dispositivo que ha creado hasta el momento —un dispositivo de clara tendencia naturalista—, algo que parece ajeno al compromiso inicial de la cinta. Esta ruptura supone en realidad otro contraplano, otro negativo al espacio que hemos estado estudiando como espectadores a través de la perspectiva establecida anteriormente. Una huida de la ciudad en el momento en que la luz vuelve a entrar en la urbe que permite liberarse de las construcciones arquitectónicas que enclaustraban nuestra mirada para contextualizar el conjunto, la ciudad como tal, en el propio medio natural y rural que la rodea y sobre los que se erige. Un contraste absoluto final que como observador te coloca al borde del abismo, que pone aparentemente en riesgo la misma consistencia de Closing Time, y sin embargo supone un cierre que expande el significado y las resonancias de las imágenes previas.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.