Que la adaptación a la gran pantalla de uno de esos terroríficos mitos de la literatura es un ejercicio personal como pocos por trasladar a un medio como el cinematográfico un universo literario, es algo que resulta obvio. Esa personalidad, impresa en pantalla desde el momento en que los párrafos de un libro pasan a ser imágenes, puede dar un giro definitivo si en lugar de ante una reinterpretación —que es lo que no deja de ser en parte esa adaptación— nos encontramos ante una reformulación de los códigos —desde época hasta género, pasando por tono—, algo que con mayor o menor fortuna ha ido imponiéndose en el terreno cinematográfico dejando obras que, a la postre, han terminado por generar una cierta inquietud o incluso resquemor en torno a este tipo de ejercicios.
Al afrontar una propuesta como Closer To God, que queda irremediablemente anexionada al segundo de los ámbitos, pudiera parecer que al handicap de firmar un primer largometraje se le suma el de llevar a buen puerto una revisitación en clave sci-fi del mito de Frankenstein. No obstante, el también productor Billy Senese afronta su ópera prima con una convicción que se sobrepone a cualquier pre-concepción sobre el film, y lo hace llevándonos tanto a un espacio que bien podría ser actual como a una temática presente en ese terreno y que ha generado no pocos debates en los últimos tiempos. De este modo, los rasgos cercanos al cine de género quedan coartados por una modulación mucho más dramática y, en especial, discursiva del texto, sirviendo de apoyo para que Senese pueda desarrollar una disertación personal más allá de la implícita en el relato originario.
El cineasta logra de ese modo establecer una voz propia entre el material que le sirve de apoyo y su perspectiva para enarbolar un film en el que ante todo destacan sus composiciones. La ausencia de luminosidad y la poca vivacidad del color preponderan en un relato donde los grises apuntan directamente a una frialdad y deshumanización patentes por el modo en como Senese refleja las distintas interacciones entre los personajes que componen la obra. En ese sentido, si bien el cineasta expone con bastante trazo una serie de conflictos —y uno, en concreto, que nos llevará a uno de los previsibles puntos clave de la cinta— que dotan de cierta tonalidad al film, parece que las relaciones siempre quedan relegadas a un espacio donde esa humanidad se diluye debido a la obsesión del protagonista por llevar a buen termino un polémico experimento, y de forma paradójica sobreviene en torno a figuras que no son propiamente humanas.
A medida que Senese nos va descubriendo los entresijos de la historia, aquella pulsión genérica que quedaba coartada por trazos que hasta el momento le otorgaban una capacidad de sugestión distinta termina amaneciendo para ofrecer algunos de los mejores minutos de Closer To God. El contexto es aprovechado a la perfección por el cineasta para abocarse totalmente al horror y tejer a través de él imágenes tan inquietantes como perturbadoras que actúan como motor para urdir una consabida conclusión. En ella, Senese aprovecha tras esos instantes de horror para retomar un discurso a través del cual el debate que genera es en ese sentido lo más interesante del ejercicio propuesto, un debate ya iniciado con anterioridad que además entronca a la perfección con la naturaleza del protagonista y con una indisoluble visión que termina ejerciendo como catalizador para que la propuesta presentada por el tejano sea suficiente aliciente para continuar prestando atención a un cineasta con las ideas bien claras.
Larga vida a la nueva carne.