No deja de sorprender que un director como Zhang Yimou, casi un referente del cine de autor chino de los 80 y 90 (como veremos en nuestra sección El director de la semana) haya acabado sucumbiendo a un cine tan básico como es el cine de propaganda del régimen. Ya no se trata de una evolución ideológica que transita de un realismo crítico a una posición favorable al régimen, algo que podría ser entendible e incluso respetable. No, aquí estamos directamente ante una mirada no solo acrítica sino hagiográfica, un lavado de cara en toda regla que puede hasta llegar a resultar ofensiva.
No es que Yimou haya perdido, eso sí, su natural talento para la imagen. De hecho, Cliff Walkers, tiene un apartado visual más que destacable. El problema está en que más allá de eso no hay prácticamente nada. Y es que esta historia de espionaje y resistencia quiere tener un aire clásico en su trama que se combine con una estructura tendente a la fragmentación y al giro de impacto en su desarrollo. Pero, más allá de la evidencia de sus intenciones está un resultado que se aleja de ello. Ni hay impacto, ni emoción, ni tan siquiera una abstracción valorable.
En su lugar encontramos un montaje que si fragmenta, pero a hachazos incomprensibles, una trama artrítica de planteamiento interesante y desarrollo ininteligible, y unas interpretaciones que se mueven entre lo plano y lo inexpresivo. Un ‹cocktail› que acaba resultando indigesto y, sobre todo, incapaz de generar nada más que desconexión con una historia que, como mínimo, debería informar y apasionar por sus complejidades y relevancia en lo histórico. Por poner un ejemplo cercano, esta sería una versión china de El imperio de las sombras de Kim Jee-won, pero en su versión más descafeinada.
Pero, como decíamos al principio, y por si fuera poco, lo peor sin duda es el descaro propagandístico, el hacer saber fotograma a fotograma quién paga este desaguisado y, de esta manera, convertir una historia heroica en un producto de compraventa de intereses ideológicos. Hasta el punto de generar el efecto contrario a la simpatía. No hay grises ni ambigüedades en el film de Yimou, solo arquetipos bailando al son de lo que un guión monocromo dicta y que parece moverse a base de caprichos para llegar al punto que se quiere.
En este sentido, aunque hay muchos más detalles al respecto, solo hay que prestar atención a una banda sonora que no solo no consigue ni el efecto épico o melancólico pretendido, sino que suena a parodia de ello, como la versión de restaurante chino de cualquier ‹soundtrack› “hollywoodiense”. Es decir, solemnidad impostada que lejos de ser una muestra de solidez acaba siendo ejemplo palmario de como mostrar las costuras sin vergüenza alguna.
Cliff Walkers pues resulta un Yimou reconocible en lo mejor y en lo peor. Por un lado se sigue intuyendo al gran cineasta que hay detrás de la cámara pero también se ve demasiado en lo que se ha convertido, poco menos que un mercenario, la voz de su amo, sin personalidad ni arrojo. Puede que se nos diga que esta obra es un homenaje a los héroes de la Revolución pero la verdad es que el homenaje es para los que la han resistido hasta el final.