Aunque en su paso por Cannes el nuevo trabajo del colombiano Ciro Guerra no tuvo gran repercusión pese a llevarse algún premio de la Quincena de realizadores donde participaba, El abrazo de la serpiente ha terminado siendo la confirmación de un cineasta que persiste en la búsqueda de un cine que entierra bajo la superficie temas convergentes con la idiosincrasia de un país cuyo presente continúa aferrado a un pasado del que resulta difícil huir. No significa que, con ello, la obra de Guerra conecte con un marcado carácter social que tampoco evita el cineasta, pero sí se podría hablar sobre como los estigmas de un lugar moldean una figura y visión capaces de sortear esas temáticas tan a menudo presentes en el cine latinoamericano que apuntan hacia una mirada descarnada de la realidad, de la sociedad. Ese concepto, el de sociedad, es asimilado no obstante a través de una exploración que se centra en el individuo; el individuo marcado por el colectivo, por las convenciones y patrones de un sistema definido, pero el individuo al fin y al cabo: afrontando las cicatrices de ese pasado en busca del que avanzar en un presente hacia un incierto futuro.
Es así como se asientan las bases de un cine a través del cual el autor de Los viajes del viento establece vasos comunicantes entre una cierta mirada crítica, siempre en un segundo plano, tan velado como incómodo, y ese viaje, esa búsqueda interna —y, a grandes trechos, espiritual— emprendida por unos personajes que intentan en todo momento dejar atrás esas heridas perpetradas por un tiempo lejano pero incallable. Un camino que no hace sino descubrir tanto el fuero interno de sus personajes como las necesidades vitales de unos protagonistas acompañados por un hastío vital no siempre parejo a su situación, aunque sí subyacente en un estrato mental, psicológico.
Aquello que Guerra ha ido trasladando a lo largo de los años a sus posteriores trabajos, se postulaba ya en su debut —una La sombra del caminante cuyo blanco y negro establecía un contraste muy distinto al que parece haber empleado el cineasta en El abrazo de la serpiente— como una sugestiva carta de presentación donde las virtudes centrales y, en especial, el esqueleto discursivo de su cine, se mostraban a través de una desnudez atípica, quizá estimulada por una carencia de medios que se asemeja patente, o sencillamente auspiciada por un talento no tanto fuera de lo común, sino más bien extrañamente maduro y conciso si precisamos que con La sombra del caminante nos hallamos ante una ópera prima en el terreno del largometraje —sólo precedida por tres cortometrajes, uno de ellos en el terreno de la animación—.
Situándose a través de ese ya mentado blanco y negro quebradizo, sucio, áspero, en un pequeño barrio de la Colombia más suburbial, tras el relato de un hombre que perdió una pierna tiempo atrás y cuya situación financiera resulta de lo más delicada, Guerra nos sumerge en un mosaico donde el emplazamiento no es precisamente casual: la relación de ese personaje con un silletero, terminará por establecer una circunstancia a través de la cual descifrar un panorama que no se antoja ni tan dramático como se pudiera antojar, ni mucho menos tan oscuro como lo proponía una premisa que al fin y al cabo sólo establecía las bases de una disertación tan coherente como incisiva en los temas tratados por Guerra.
A través de una relación que por momentos se torna en cierto modo psicológica —aunque siempre de un modo leve, más bien estructurando las claves de su guión que no atribuyendo una profundidad inédita a sus personajes—, La sombra del caminante desgrana mediante un tempo pausado pero siempre inquisitivo los pormenores de una situación que no hace sino arrojar luz a los pilares centrales del discurso de Guerra. Es así como la consecución de un cine tan extraño como sugerente se nos muestra a través de una escasez que no hace sino apuntalar las cualidades de una propuesta donde el dolor del grito ahogado que busca transmitir el cineasta llega al espectador en una forma primigenia que si continúa ahondando en esas dobleces e interpretando de ese modo nos regalará más títulos de la envergadura de su último trabajo.
Larga vida a la nueva carne.