Hay quien se atreve a decir que los terroristas de la actualidad no llevan turbante, sino traje y corbata. Servidor prefiere no sumarse a semejante apreciación por no ser precisamente el paradigma de lo políticamente correcto, pero tampoco sería justo tachar a las voces que claman tal cosa de sostener un planteamiento erróneo. No es ningún secreto que la crisis económica actual ha generado odio hacia empresarios, políticos, banqueros y demás gente de poder entre una parte importante de la masa social de este país. El germen es innegable (casos de corrupción, EREs, reforma laboral, además de la brecha entre ricos y pobres que cada vez se abre más) por mucho que se radicalicen algunas posturas. Ahora bien, ¿realmente el mundo no funcionaba de igual manera antes de estallar la crisis?
A comienzos del año 2000, en el día de celebración por la apertura de facto de la fábrica Navar, muchos de esos hombres con traje están presentes. Los tres empresarios fundadores reciben en su centro de trabajo a personalidades de Gdansk y de Polonia en general para festejar por todo lo alto el inicio de una prometedora empresa. Sin embargo, pronto se verá que la cosa no va a ser tan bonita: los intereses de gente muy poderosa están en juego. Y no sólo es cuestión de dinero, también entra en escena el factor de la ambición, de demostrar lo que uno vale. Basada en hechos reales que acaecieron a principios de este siglo, Circuito cerrado (Uklad zamkniety) confirma que el mundo capitalista funcionaba igual antes de 2008, aunque por entonces la burbuja sólo tuviese el tamaño de una pompa de jabón.
Este thriller polaco dirigido por el ya veterano Ryszard Bugajski, del que en su momento gustó bastante Interrogation (estrenada en 1989 después de que las autoridades polacas la prohibieran por varios años), construye una atmósfera bastante interesante desde los primeros minutos. La clave de este pequeño éxito es no ofrecer todos los detalles desde un principio, sino dejar que el espectador se cree su propia opinión de lo que está viendo para luego soltar de golpe y porrazo todas las cartas en la mesa. Dicho de otra manera, no conocemos las verdaderas motivaciones de los personajes hasta pasado un rato de película y, en cualquier caso, las conoceremos mucho antes que los protagonistas. Ahí se crea la intriga, ahí comienza la angustia y ahí reside la principal virtud de esta cinta.
Bugajski trata de envilecer en todo momento a los que presuntamente son los tipos malos, pero en esta ocasión es algo que apenas se puede criticar negativamente. En primer lugar, porque este lado villano surge de la propia actividad de los personajes, no de recursos como la música o la sobreactuación a veces utilizadas en esta clase de filmes; esta cuestión sólo falla en el personaje del director de telediarios, merced a una escena que peca de excesiva falta de credibilidad. Y en segundo lugar, basta con darle un repaso a las noticias para comprobar que, efectivamente, tal retrato no está muy alejado de la realidad.
Al final da la sensación de que algunas tramas se cierran demasiado fácilmente, quizá porque el director no sabe dar los minutos ni la relevancia necesaria a la subtrama que realmente importaba, acudiendo en ocasiones allá donde pudiera estar el morbo (cárcel, familias…). También se echa un poco en falta algo más de contenido en el desenlace que indique de manera visual cuál ha sido el destino de los personajes, todo finaliza de manera algo abrupta. Fuera de estas dos cuestiones, Circuito cerrado se alza como un buen thriller, pegado a la realidad contemporánea, que incluso parece explicar lo que sucede en la actualidad mediante hechos anteriores. Sin demasiados alardes técnicos ni giros de guión espectaculares, sabe crear tensión y mantenerla durante gran parte de la obra, que es al fin y al cabo la principal virtud que deberían desprender todas las películas del género.