Fruto de la conjunción de la mejor generación de cineastas de la historia de Brasil, los años sesenta supusieron el alumbramiento de un movimiento cinematográfico divergente guiado por nuevos aires de cambio y transgresión. Cerebros como los de Glauber Rocha, Leon Hirszman, Nelson Pereira dos Santos, Ruy Guerra, Carlos Diegues, Joaquim Pedro de Andrade, Júlio Bressane, Eduardo Coutinho o Roberto Farias se reunieron dando lugar a una asociación milagrosa e irrepetible. Puesto que sobre todo esta cuadrilla estaba integrada por un grupo de amigos y cinéfilos hasta la médula que anhelaban cambiar el mundo desde su Brasil natal. Más que el mundo, el tercer mundo, dado que una de sus aspiraciones consistía en retratar la realidad más cercana de un Brasil integrante de ese tercer mundo oculto ante los ojos occidentales. En las reuniones de colegas que celebraban se discutía de utopía, de la tierra, de los problemas nacionales, de movimiento y revolución… así como del poder del cine como foco y centro del vuelco que se buscaba.
Quizás el Cinema Novo, como así se hizo llamar esta fantástica corriente cinematográfica, fue el único movimiento que integró en su propia esencia fundacional la sublevación y la transformación, desde un enfoque no estrictamente cinematográfico, como objetivos inherentes a su razón de ser. De este modo, las principales películas que brotaron durante la vigencia del mismo albergaban esa mirada apegada a la más cruda realidad (partiendo de los dogmas del neorrealismo italiano, del cine clásico soviético y de los nuevos vientos traídos por la Nouvelle Vague francesa como ejes integradores de las epopeyas narradas) en relación a esas clases desfavorecidas golpeadas por los poderosos, siempre observadas con una mirada nihilista y desgarradora que no dejaba un ápice para la esperanza ni la redención. El espíritu de estas cintas estaba dotado de afiladas metáforas que proclamaban el alzamiento y la toma de las armas como único procedimiento para salvar las injusticias y la opresión, mostrando a su vez la ineficacia de las actitudes conformistas, incluso de las pacifistas, para romper el yugo que empleaban los amos de la tierra para esclavizar a los parias.
Gracias a un laborioso trabajo de arquitectura cinematográfica, Eryk Rocha (hijo de Glauber Rocha, sin duda el autor más popular y aclamado perteneciente al movimiento) ha sabido rescatar y volver a poner en el mapa a ese Cinema Novo aún no tan venerado por la cinefilia contemporánea con respecto a otras tendencias originadas en su misma época. El documental se abre con la legendaria escena de cierre de la obra maestra del padre del director: la famosa carrera representativa de esa huida a ninguna parte de los protagonistas de Dios y Diablo en la tierra del Sol, insertando a continuación una serie de escenas de las principales cintas del Cinema Novo conectadas entre sí por el hecho de mostrar a sus personajes circulando a toda prisa por las calles y campos del Brasil; obras tan reveladoras como Río 40 graus, Barravento o La fallecida aparecerán en primer plano impactando al espectador con sus bellas y a su vez misteriosas imágenes. Unos cuadros que desprenden verdad, pasión, innovación y ganas de conquistar el mundo de la cinefilia. Pinturas elegantes y a la vez violentas, estructuradas con unos encuadres perfectos al estilo del pionero Mario Peixoto, alma máter de la generación del Cinema Novo.
A partir de esta bella y poética apertura, Eryk Rocha construirá su obra a través de retales del pasado. En este sentido, el documental carecerá de narrador. Rocha hilvanará pues el montaje mediante entrevistas y recortes audiovisuales mostrando conversaciones y discusiones mantenidas entre cineastas integrantes del Cinema Novo, con la preponderante presencia de Glauber Rocha y Leon Hirszman. No me cabe duda que el protagonismo del documental se centra en estas dos figuras merced a la abundancia de material audiovisual localizado por Eryk Rocha en los archivos televisivos y en filmotecas de entrevistas protagonizadas por estos dos líderes intelectuales. En las mismas se observa el empeño de estos dos autores por insuflar en el escaso público cinéfilo del Brasil de los sesenta su pasión por el cine, así como los principales dogmas de acción de los que se nutría el Cinema Novo.
El documental combina así estos documentos de gran valor histórico (hipnótica resulta el rescate de la entrevista que tuvo lugar en pleno Festival de Cannes entre los pujantes autores brasileños con cineastas europeos que empezaban a reivindicar el cine de aquél país como Jean Rouch o Marco Bellocchio) con las escenas más emblemáticas, truculentas e hipnóticas de míticas películas producidas durante el período de esplendor; siendo especialmente fascinantes las oriundas de Dios y Diablo en la tierra del Sol, Barravento, Tierra en trance o las feroces imágenes (escasas para mi gusto) del cine de Ruy Guerra procedentes de su obra maestra Los fusiles; destaca igualmente el pequeño segmento dedicado a Nelson Pereira dos Santos con su cine apegado al neorrealismo, gracias a la inserción de una de las escenas más duras, de gran vehemencia por el hecho de mostrar la falta de compasión de un padre hacia su hijo, de la obra maestra Vidas Secas y el homenaje a Leon Hirszman con la exhibición de la bella presencia de Fernanda Montenegro en pleno éxtasis bajo la lluvia, sin duda escena clave de la obra maestra La fallecida.
Este homenaje sincero y emocionante creado por Eryk Rocha alrededor de los cineastas, entre los que se encontraba su padre, que pusieron en órbita mundial al hasta entonces desconocido cine brasileño, es sin duda el punto fuerte del documental. Las potentes estampas que adornan al mismo hipnotizan y cautivan, logrando el objetivo de llamar la atención a aquellos espectadores aún no versados en el movimiento, que sin duda creo investigarán a que películas corresponden las escenas de mayor impacto visual. Asimismo otro punto a alabar del documental es su pormenorizada labor de investigación, legando así las preocupaciones, motivaciones y deseos de los miembros de la corriente de un modo objetivo y por tanto sin la contaminación subjetiva ligada a la opinión de terceras voces alejadas de lo que realmente tuvo lugar dentro del mismo. Así gracias a las entrevistas recopiladas, observaremos que el Cinema Novo fue una escuela revolucionaria que desembocó, como en la mayoría de las revoluciones explotadas en América Latina, en una sedición inacabada merced al marcado componente utópico que la impregnaba. Seremos testigos de como las contradicciones acabaron con su fracaso, puesto que su foco minoritario impedía que ese cine removedor de conciencias llegara en masa a su público objetivo. Del mismo modo, el convulso panorama político brasileño de los sesenta que desembocaría en la dictadura militar que comenzó tras el golpe de estado de 1964, ayudó a desencadenar la ruptura de la doctrina. Desde el punto de vista de la edición llama poderosamente la atención la capacidad de Rocha para ligar, a través de la presentación en paralelo de escenas pertenecientes a diferentes obras, las principales características conceptuales de ese cine brasileño radical que emergió en los sesenta.
Sin embargo encuentro también algunos puntos débiles que no puedo pasar por alto. Así, el documental resulta algo caótico, puesto que aquellos espectadores que no hayan visto ninguna película perteneciente al Cinema Novo puede que se sientan frustrados ante la falta de información referente a las secuencias que adornan el metraje que acompaña el trayecto del film. Rocha renuncia a adornar las imágenes que participan en el montaje con un rótulo que ayude a identificar las mismas. Igualmente en mi opinión el hecho de optar por narrar a a través de material de archivo produce cierta sensación de repetición. Muchas de las opiniones vertidas por los protagonistas en las diferentes entrevistas duplican información en lo referente a las motivaciones y paradigmas que indujeron a la fundación del Cinema Novo. Asimismo, echo en falta una mayor reivindicación de cineastas que pasan de puntillas como el mítico Eduardo Coutinho, el mismo Nelson Pereira dos Santos, Ruy Guerra que si bien aparece en varias entrevistas quizás las imágenes de su cine quedan en un segundo plano en referencia a otros autores de menos enjundia, el afrancesado Júlio Bressane o la ausencia de una película fundamental como El pagador de promesas de la que solo se hace mención su premio en Cannes, pero que en mi opinión sufre una ausencia incomprensible.
Con sus defectos y virtudes, Cinema Novo se eleva como una inmejorable oportunidad para descubrir y redescubrir este esencial movimiento cinematográfico reivindicable como una rara avis que tuvo lugar en la América Latina que se atrevió a dar voz y protagonismo a los pobres ocultos a los ojos del acomodado mundo occidental desde un sentido revolucionario, gritando en favor de la transformación integral de una sociedad marcada por la desigualdad y las injusticias. Un alzamiento poético que desembocó en un común fracaso, pero que alimentó las ganas de luchar y concienciar a todo un país por parte de una generación irrepetible de intelectuales para los que el éxito no era más que una falacia de la que había que desprenderse para dar sentido a su existencia.
Todo modo de amor al cine.