En estos tiempos conspiranoicos ya no se sabe cuándo algo es cierto o no, pero he recordado la noticia de la muerte de Osama Bin Laden tras ver la cinta de la que voy a hablar. Aquella en que se explicaba cómo este pasó los últimos días de su vida viendo series y películas de producción estadounidense, oculto en una cueva o algo así. Este detalle resultó, ante todo, algo más que contradictorio para mí. Un hombre que pretendía acabar con la cultura que más le entretenía.
Chuck Norris vs Communism juega en otra liga, es cierto, en la contraria, pero no deja de basarse en un mismo argumento. Porque lo que Ilinca Calugareanu nos intenta contar a través de su película es cómo el cine estadounidense convenció a las gentes de la Rumanía años ochenta de que la dictadura que les sometía no les permitía ver el mundo (y todo lo que había más allá de su sistema). El desarrollo que se esconde entre el inicio y el final es algo más complejo que lo expuesto aquí, pero en esencia es lo que cuenta este documental. Una cinta que demuestra que hay cierto valor en las cosas por el mero hecho de no haberlas tenido nunca o por habérsenos prohibido, igual que no se valora lo que siempre ha estado ahí o siempre se ha tenido.
Hasta qué punto existe una relación, cada cual dirá, aunque no se puede obviar la fuerza del cine para modificar culturas o personas (o hacerlas pensar un poco más allá de lo que les permiten otros), sobre todo en tiempos anteriores a Internet, con la escasa información del exterior que se podía conseguir si algún gobierno así lo requería. De todos modos, Chuck Norris vs Communism resulta interesante, sobre todo, porque muestra la burocracia de la censura y cómo algunos lograron escabullirse de ella y de otras hostilidades del Estado opresor. El problema es que lo sorprendente e interesante de su premisa dura apenas unos veinte minutos y después todo se vuelve repetitivo. Como documental acaba en ese momento. El resto del metraje, que intercala acción ficticia (y recreación) con entrevistas a los niños y los padres de esa época, es más bien relleno. No es del todo anodino, es sólo información redundante.
Supongo que para un rumano hay algo más que a los demás espectadores se nos escapa. El hecho, por ejemplo, de que todas las cintas, que llegaban ilegalmente y eran distribuidas en secreto entre vecinos (al precio de mercado), eran dobladas al rumano por la misma persona. Una voz única que llegaba a cada hogar del país y que supuso un nexo común y generacional para un montón de gente. Pero claro, a mí eso no me importa tanto, aunque lo aprecio como pensamiento (a mí también me gusta conocer el rostro de quien pone voz a mis actores favoritos; aunque sea un tema controvertido, el del doblaje). Pero es interesante, ¿no? Porque en España el doblaje se atribuye al franquismo (aunque se sabe que no es cierto) para censurar las películas extranjeras (cosa que sí es cierta), y sin embargo en Rumanía fue una parte consistente de las ansias de cambiar de Régimen y tener un poco más de libertad, con faldas y a lo loco.
Así es, el cine de Chuck Norris, amigos, y el de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Jean-Claude Van Damme ayudó a derrocar al dictador Nicolae Ceaușescu, aunque hubo que esperar a que muriera por si solo para que la gente ocupara las calles y pidiera libertad. Porque lo que mostraba el cine, al final, era la libertad; otra vida posible (aunque en teoría lo de matar malos se quedó para los héroes de acción).