Tras hacerse con un nombre después de escribir el libreto de Sospechosos Habituales y antes de convertirse en el director y guionista de confianza de toda una estrella como Tom Cruise, el debut a la dirección de Christopher McQuarrie despertó el interés de un grupo de cinéfilos que aguardaban con curiosidad el paso a la dirección de un escritor que la crítica ya concebía entonces como una de las grandes esperanzas del Hollywood salido de los 90. The Way of the Gun es el poético título (fatalmente traducido en España, y con un par de años de retraso, como Secuestro Infernal) de la ópera prima de McQuarrie y su historia no está muy alejada, en primera instancia, de ciertos cánones del noir: dos criminales fraguan el secuestro de una mujer embarazada, vientre de alquiler de un poderoso millonario, metiéndose de lleno en una trama que se complica a raíz de la aparición de varios personajes de moralidad dudosa, falsas intenciones, y unas amplias pretensiones por la violencia como puesta en común. La propia violencia, y el título de la película ya lo prueba, es lo que motiva este entramado, engullido por McQuarrie desde las páginas de un guión que se extrapola bajo los entornos criminales y su falta de escrúpulos donde el exceso y la crueldad se procuran como el mejor camino para abrirse paso entre los cruces de intereses. Así lo demuestran su pareja de protagonistas, antihéroes por naturaleza y estrafalarios cowboys de carretera, que se ven agradecidos por unas sentidas interpretaciones de Benicio del Toro y Ryan Phillippe, caracteres que ejemplifican la aridez en intenciones de un guión que brilla con su naturaleza de exabrupto.
McQuarrie analiza su guión desde la propia cámara y enfoca su proyecto hacia una naturaleza propia del lado más sórdido del western, encaminado por una ética incierta y la efervescente incorrección. Esto es palpable no solo en una ambientación fronteriza, sucia y especialmente hostil, sino también en una configuración de planos clásica y alejada del artificio escénico. The Way of the Gun no se olvida de situarse, a pesar de la composición y distribución de los diálogos (que aumentan aun más la enredada espiral de personajes y motivaciones), en ser una cinta de acción; se disfruta como un molde cortante, tan directo como visceral, que es aumentado bajo la expresividad sonora de las propias armas, nueva alusión hacia el título de la obra que guarda una metáfora clara del catastrofismo implícito con el que McQuarrie parece revestir al mundo criminal. La puesta en escena contiene la suficiente eficiencia como para ahondar en una inesperada profundidad hacia la intensidad dramática de la acción, la gran olvidada en las habituales muestras del género. El desenlace, apoteósico y de un aura fatalista digna del mejor Sam Peckinpah, supone una enorme muestra de ello.
El realismo escénico es otro de los atributos con los que se pueden describir la película, sin olvidar un guión que hace honor al prestigio obtenido por McQuarrie por su primigenia colaboración con Bryan Singer; aquí vuelve a poner el dedo en la llaga de todos los personajes, derribando cualquier atisbo de empatía entre ellos, creando un micro-universo falto de escrúpulos donde la suciedad (estética y moral) enlaza sin remedio con los atisbos más implacables del salvaje oeste; el western como delimitación genérica se respira en The Way of the Gun desde el primer fotograma, y este compromiso de revisión permanecerá intacto en todo momento. Pero, además, el libreto se enmaraña y engatusa entre varios personajes y sus respectivos impulsos, no perdiendo la compostura en ningún momento. Los actores responden a la perfección ante ello, con Del Toro y Phillippe comiéndose la tostada; dramatizan el prototipo de pareja estandarizada bajo la camaradería sin remisión, partiendo desde su énfasis criminal hacia un camino directo al infierno, el que aquí (y disculpen por tanta referencia al título original), es conducido por la pulsión de las armas.
McQuarrie propone un neo-noir exquisito, de anti héroes flamantes y cínicos, y con una oscuridad que trasciende más allá de la propia escenografía, embadurnando a todos y cada uno de los intervinientes en la ficción. Un discurso, férreo e inteligente, sobre el reverso más amoral de la delincuencia, que trasciende mucho más allá de los tropos convencionales del cine negro, que aquí son restituidos por una inventiva ampulosa en ambiciones, para lo que el propio film exige un compromiso fuerte al propio espectador.