No cabe duda de que Christina Rosendahl se erige en una narradora interesada en la historia reciente de su país, Dinamarca. Si en The Good Traitor investigaba las bases en las que fundamentaba la creación de la Dinamarca moderna, en el caso que nos ocupa, The Idealist, avanzamos unos años en el tiempo para ofrecer un caso de investigación periodística que viene a poner de manifiesto las contradicciones, las luces y las sombras, de un país que está más supeditado a los USA de lo que quiere reconocer.
Hay una correspondencia entre las dos obras, como si un díptico se tratara, pero si en The Good Traitor el idealismo se diluía en el drama personal, en The Idealist asistimos a un puro ejercicio de investigación periodística que acaba mezclándose con las mentiras en las altas esferas políticas, la salud, y las relaciones internacionales con el bloque occidental en tiempos de guerra fría.
Un narración que podemos considerar modélica en su desarrollo como en su uso de fragmentos documentales, pero que no está exenta de cierto convencionalismo y, hasta cierto punto, de un desapasionamiento formal que contrasta fuertemente con el trabajo periodístico de su protagonista, marcado por la resistencia y la fidelidad a los valores propios y que considera que son los que el país demanda como fundamentales.
Entendemos Rosendahl busca con ello una mezcla entre el rigor documentalista y la exaltación de la verdad como herramienta indispensable para la buena salud democrática. Una mezcla que, como decíamos, no acaba de funcionar, convirtiendo lo impecable en un manifiesto algo frío y distante que no acaba de conseguir que conectemos con un historia, por otro lado, apasionante.
De alguna manera estamos ante algo que podría ser algo así como un reportaje televisivo dramatizado, que interesa fundamentalmente por su contenido pero que, justo al contrario de The Good Traitor, adolece de falta de intensidad emocional, de poca profundidad en los personajes, ya no tan solo en sus relaciones afectivas, sino en las propias reacciones ante los acontecimientos derivados de la investigación propiamente dicha.
De alguna manera el idealismo al que se refiere el título convierte a su protagonista en un héroe marmóreo, unidimensional y sin fisuras. Se echa de menos, pues, más profundidad, más exploración de sus dudas y miedos, es decir, que a pesar de su determinación no dejamos de estar frente al retrato de un ser humano (con todo lo que ello comporta) y no ante una especie de ser mitológico.
Por ello podemos considerar The Idealist como un buen producto informativo, realizado con suma competencia, sobre todo para los amantes de la historia que buscan conocer episodios parcialmente desconocidos. Más allá de eso estamos ante la típica película de “basado en hechos reales” cuya factura se acerca demasiado al mundo de las tv movies y que, por vía de la hipérbole y el cliché, busca demasiado la empatía (que no acaba de conseguir) emocional. Un film, en definitiva, al que le hubiera beneficiado más arrojo visual, menos volcado de datos y una aproximación más crítica hacia lo narrado.