Christian Schwochow… a examen

Novemberkind

Christian Schwochow es uno de los directores más prometedores del panorama alemán actual, reconocido tanto por sus trabajos cinematográficos como por sus TV movies, como Der Turm (2012), en la que abarca el que es uno de los temas clave de su filmografía: el de la Alemania dividida, pero siempre lejos del maniqueísmo, tratando la República Democrática y la Federal desde la crítica (como en la recién estrenada Al otro lado del muro —2013—) o la ironía, como en la reciente película para la televisión Bornholmer Strasse (2014), sorprendiendo con una comedia, alejado de sus habituales dramas de gran intensidad. Schwochow empezó a tocar estas cuestiones en Novemberkind, su segundo largometraje (tras una historia familiar de 60 minutos de duración, Marta und der fliegende Großvater —2006—), la cual además supuso su trabajo de fin de carrera.

Al igual que en Die Unsichtbare (2011, en la que Schwochow cambiaba de escenario, nunca mejor dicho, para contar la historia de una actriz que se obsesiona con su interpretación en una obra de teatro), y Al otro lado del muro, vamos a encontrar en Novemberkind un personaje protagonista femenino muy fuerte. En este caso se trata de Inga, interpretada por una excelente Anna Maria Mühe (hija del malogrado Ulrich Mühe), una chica huérfana que vive con sus abuelos en Malchow, localidad que pertenecía a la Alemania Oriental. La llegada de un misterioso escritor le hará cuestionarse todo lo que creía acerca de su pasado, y sobre todo de su madre. Tenemos pues también otra subtrama muy presente en el cine de Schwochow, la relación materno-filial, probablemente influido por compartir la escritura de sus guiones con su madre, Heide Schwochow.

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El director reniega en sus trabajos de la ostalgie, la nostalgia de la época en la RDA, pero también juzga severamente el sistema de la RFA, y las consecuencias del derrumbamiento del Muro de Berlín, que no ve desde el sentido más positivo. Novemberkind se nos cuenta desde un presente interrumpido por flashbacks de diferente textura, y que van dando pistas de la historia de forma parecida a como lo harían años más tarde Georg Maas y Judith Kaufmann en Dos vidas (2012). La gélida ambientación y la casi total ausencia de música extradiegética (solo interrumpida en alguna ocasión el sonido tímido de una guitarra), contribuyen a crear una atmósfera melancólica.

Merece la pena destacar también la relación amorosa y a la vez turbia que surge entre Inga y el escritor (Ulrich Matthes), que ejercerá de narrador de la vida de la chica sin que sea consciente, y juega con ella como personaje. «Le estoy quitando la biografía. Le estoy quitando la identidad. ¿Y qué es lo que le ofrezco a cambio? Mentiras», afirma el hombre, dando lugar al momento más metaficcional del filme. Un juego de poder que Schwochow desarrollaría más profundamente en Die Unsichtbare entre el director y la actriz, y que traslada a los opresivos primeros planos, y a una nerviosa cámara en mano, para finalmente revelar la escritura como un acto liberador.

Novemberkind es aún un esbozo, podríamos decir que un ensayo, de los trabajos más maduros de Schwochow, pero en el que ya se aprecia a un director hábil en su construcción y desarrollo realista de personajes, y en su preocupación por enmarcarles en un contexto muy definido. Una película que habla de la búsqueda de los jóvenes de una personalidad propia y de su lugar concreto, un proceso que les ayuda a madurar. Y al mismo tiempo, se vale de ello para mostrar cómo, ya en pleno siglo XXI, sigue habiendo fascinación dentro del propio país hacia lo que fue la Alemania del Este, como si aún se tratara de otro mundo.

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