Con la llegada a su fin del llamado Nuevo cine alemán, la nueva generación de cineastas bávaros se hizo esperar, y aunque continuaran en activo realizadores como Wenders o Herzog, lo cierto es que no fue hasta la llegada de lo que se conocería como Escuela de Berlín, que el cine alemán volvería a coger aire de nuevo para afrontar una nueva etapa repleta de nombres como los de Angela Schanelec, Marien Ade, Jessica Hausner o el director que nos ocupa hoy: Christian Petzold. Como tantos otros en esa llamada nueva generación, Petzold inició su periplo realizando cintas televisivas como Cuba Libre que incluso le reportarían algún premio o nominación, teniendo que esperar casi una década en ese terreno para finalmente obtener su debut con Die innere sicherheit, pieza a la que dedicaremos hoy un espacio.
Perteneciente a su llamada trilogía Fantasmas, que más tarde cerraría primero con el título homónimo Fantasmas en 2005, y finalmente con Yella en 2007, Die innere sicherheit nos descubría a un tenaz cineasta que escapa de la obviedad en que bien podía incurrir el abanico temático que nos pone ante la perpetua huida de una familia compuesta por padre, madre e hija, y en el que se focalizan las diversas fijaciones que irán tomando forma a medida que transcurre el film.
Su primera escena nos emplaza en una zona costera que bien pronto descubrimos no pertenece a Alemania al descubrir en un chiringuito un tocadiscos con cartelones en otro idioma. Ahí es donde descubrimos a Jeanne, una muchacha de temprana edad, dorada cabellera y malos hábitos que se encontrará casualmente con un compatriota, Heinrich, con el que entablará lo que a priori parece una efímera relación debido a la volátil naturaleza familiar escogida por sus padres, ante la cual Jeanne vive con incerteza por saber si mañana continuará viviendo o no en el mismo lugar.
Esa incerteza se traduce precisamente en una de las principales inquietudes de Petzold, que refleja en Jeanne una de las temáticas centrales de su trilogía, donde esos supuestos fantasmas a los que alude el título de la misma se ven reflejados en el devenir de esa muchacha que nunca tuvo una infancia normal, y va camino de seguir los mismos pasos en una adolescencia que debería ser de exploración y autoconocimiento, pero ante la que Jeanne pasa los ratos muertos frente a desconocidos como Heinrich preguntándose como será su habitación, que discos tiene o cuales son sus libros favoritos, anhelando así una vida que ella nunca ha podido encontrar.
Mientras sus padres, antiguos terroristas, intentan volver a la normalidad tras un pasado y presente clandestinos de que intentan dejar atrás a toda costa, hecho este que contraria aun más a Jeanne por la cantidad de ocasiones en que Clara y Hans prometen que el fin de esa situación está muy cerca y, sin embargo, nunca obtiene fin. Además, el hecho de que unos ladrones entren en su apartamento en Portugal y roben el dinero que guardaban en consigna, agravará más todavía una situación que mientras ellos se esmeran por sostener, Jeanne no parece dispuesta a seguir soportando. Ese hecho les hará recorrer media Europa de nuevo hasta llegar a su Alemania natal, donde intentarán poner fin a esa situación.
En ese periplo, Petzold desarrolla además del drama interno de la protagonista, también los conflictos surgidos entre sus padres y ella debido a que Jeanne empieza a comprender que su vida no puede seguir pendiendo de un hilo, y necesita cierta dependencia si quiere crecer y madurar como cualquier otro adolescente, situación que ellos intentan controlar por el mero hecho de no llamar la atención más de lo debido. También se centra por otro lado en esa psicosis que tanto Hans como Clara han ido desarrollando a lo largo de los años, y que culmina con alguna secuencia realmente esclarecedora donde el cineasta bávaro los muestra como títeres de una situación insostenible.
Ante ese panorama, Jeanne lo único que puede hacer es refugiarse en si misma. En ese sentido, un reencuentro con Heinrich parecerá ser el parapeto perfecto, aunque las cosas nunca terminarán de ir en el camino deseado debido a un hermetismo, el de ella, que siempre torpedea la relación entre ambos; sin embargo, Jeanne no puede hacer nada ante una situación que ni siquiera controla, pues las réplicas de su compañero cuando le apremia por no hablar nunca de sí misma es imposible que obtengan respuesta ante esa vida que lleva, en ocasiones incluso convertida en una suerte de ‹mata-hari› sin pasado ni, probablemente, futuro.
Die innere sicherheit se desarrolla pues, como un certero drama que atina en mostrar las causas y consecuencias, así como inquietudes de Jeanne por conocer qué es llevar una vida normal, y es reforzado tanto por las añadiduras ‹sui generis› realizadas por Petzold, como por un buen elenco del que más adelante rescataría a la protagonista, Julia Hummer, y su madre, Barbara Auer, para completar su trilogía participando cada una en Fantasmas y Yella respectivamente. En definitiva: toda una declaración de intenciones que constataba ya a inicios del presente siglo un universo ductil, efímero y enigmático en esta especie de ‹road movie› que bien merece la pena rescatar.
Larga vida a la nueva carne.