Chica por un día (Jean-Claude Monod)

Derechos LGTBI+, géneros fluidos y sus reivindicaciones parecen asuntos de una rabiosa actualidad. Cierto es que no se han puesto sobre la palestra de forma tan abierta y contundente como hasta ahora, generando debates, adhesiones y, como no podía ser de otra manera, una oleada reaccionaria que no solo pone en duda todas estas cuestiones sino que las ataca bajo acusaciones de “moderneces”, cosas de “gente rara” (por no poner palabras más gruesas), movidas ‹woke› como adjetivo denigratorio, apelando a un pasado de “normalidad” donde todas estas cuestiones no existían.

Lo realmente malo de este asunto es justamente dar a entender que es el debate lo que genera la aparición de nuevas realidades de género y no a la inversa. Pues bien, Chica por un día (Un jour fille) vendría a ser una respuesta, una prueba palpable y evidente que estamos ante una problemática que existía y ha existido desde siempre. Un film que nos sitúa en pleno siglo XVIII y que afronta sin tapujos las cuestiones de género en un contexto nada favorable para ello.

En este sentido, la película de Jean-Claude Monod funciona en tanto que en ningún momento tira de subterfugios y expone la problemática de forma tan cruda como natural. No hay pues grandes muestras de victimización en el sentido más pornográfico del termino y sí una visión tan naturalista como descarnada de una realidad imposible para su protagonista.

Pero quizás, más allá de ser un film bien rodado e interpretado, hay un problema de fondo bastante serio que de alguna manera desentona y acaba por generar incredulidad y por ser una enmienda parcial al mensaje que se pretende dar. Si durante el desarrollo del film asistimos a una descripción de las dificultades de la vida diaria de una persona considerada hermafrodita, con las implicaciones morales, religiosas e incluso científicas de la época, en su tramo final, el del juicio de su protagonista, hay todo un alegato del abogado defensor que, aún siendo impecable en cuanto a humanismo, resulta terriblemente anacrónico.

Es aquí cuando la película deja de lado su rigor histórico, o cuando menos su aproximación descriptiva del contexto, a ser una herramienta de propaganda. Y no, no por lo que dice si no por el cómo. Un alegato que, aunque se basa en los nuevos tiempos que están llegando con la ilustración y el humanismo, no deja de emplear expresiones (como el paradigmático ejemplo del “dónde iremos a parar, al final se querrán casar con un perro”) y consideraciones más propias del siglo XXI que de su época.

Con ello, y a pesar de la importancia y razón de su alegato, el film consigue lo contrario a lo pretendido: pierde fuerza en su mensaje por su descaro y sobre todo sensación de incredulidad. No es que abogue por un final feliz, no, pero en su intento de querer equiparar épocas hablando de que siempre han existido estas luchas le hace un flaco favor justamente a las actuales y, sobre todo, haciendo que una película que podría haber removido más desde la sutileza corra el peligro de ser percibida como una herramienta de propaganda algo grosera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *