Hace poco comentaba por la red social twitter que tenía la sensación que la comedia era un género que se encontraba en un claro estado de agonía desde hace ya bastantes años. Y es que esas comedias sofisticadas, inteligentes y a veces alocadas que se produjeron en la edad de oro de Hollywood, al igual que las buenas comedias adolescentes de los años ochenta tenían algo en su espíritu que lograba conectar las historias esbozadas por las mismas con el público que acudía a su cita con ellas. Ese es un punto esencial para que la comedia funcione: la conexión con el público de su época que busca simplemente pasar un rato entretenido y divertido para alejarse de este modo de la triste rutina diaria. Para que una comedia sea buena, a diferencia de otros géneros más introspectivos, no es imprescindible que la fotografía, el montaje y la técnica cinematográfica sea perfecta: este es uno de los pocos géneros que dependen exclusivamente para llegar al espectador de la historia planteada, combinada a su vez con una buena interpretación por parte del elenco de actores (como se suele comentar, es más difícil hacer reír que llorar, y es por eso que los grandes actores de comedia pueden interpretar cualquier tipo de papel dramático o de acción con eficacia y maestría). Desde los años noventa hasta nuestros días, el género ha atravesado una etapa en la que el humor inteligente y la comedia de enredo ha dejado paso a un tratamiento más grueso y chabacano del arte de emanar risas (con los hermanos Farrelly a la cabeza) así como a esa comedia familiar rancia que ostenta la paranoica intención de equipararse a los grandes clásicos del género, la cual desprende aroma a naftalina y sabor a almíbar a partes iguales.
No obstante, siempre podemos hallar agradables excepciones a la norma que de vez en cuando llegan a nuestras pantallas para hacer albergar la esperanza a los amantes del género (como es mi caso) de un resurgimiento del mismo basado sobre todo en una recuperación de esas comedias desenfadadas y divertidas capaces de alegrar la existencia a los espectadores, o al menos de dibujar una sonrisa en los mismos una vez culminada la obra. Ese ha sido el caso, en lo que respecta a mi persona, de Chef, divertida, agradable y deliciosa comedia familiar dirigida, escrita y protagonizada por uno de los nombres de moda en Hollywood, el siempre interesante Jon Favreau, cineasta (y showman) inmerso en un espléndido momento de forma tras haber cosechado un tremendo éxito de público (y también de crítica) con la saga Iron Man.
Y es que Chef no sólo se engloba en el ámbito del cine familiar, que también ya que es una comedia dirigida a todos los públicos, sino que de la misma se desprende cierto deseo (no obstante, este punto sin duda no forma parte de la ambición primordial de la cinta) de querer reflejar las características de la sociedad de su época. En este sentido, Chef logra dibujar con acierto las líneas que delimitan los mandamientos de una cultura contemporánea entregada a las redes sociales y a la tecnología y asimismo dirigida por una indiscriminada competencia y unas ansias de triunfo que desvían la atención del individuo hacia objetivos inmateriales ligados al mercantilismo y al vacío existencial haciendo olvidar de este modo al sujeto que lo verdaderamente importante son las personas que tienes a tu lado.
Así, la cinta narra la historia de Carl Casper (interpretado por Jon Favreau), un chef de cocina de un prestigioso restaurante cuya genialidad e innovación inicial parece haberse perdido en la rutina de los menús diarios poco arriesgados. Sin embargo, un reconocido crítico culinario, poseedor del blog de cocina más visitado de internet, acudirá una noche a degustar los platos creados por la antigua promesa. Carl atisbará gracias a esta visita la oportunidad de retornar a la elaboración de una cocina sofisticada, pero los dictados de su jefe (interpretado en un maravilloso cameo por Dustin Hoffman, toda una alegría para los que amamos a este gran actor) le impondrán cocinar los platos típicos del menú. Las malas críticas vertidas por el comentarista de restauración alentarán a Carl a enfrentarse con su jefe y por consiguiente, abandonar su cómoda posición como cocinero de platos sin riesgo. A la pérdida de su trabajo, se unirá la caótica vida personal de Carl, cuyas horas dedicadas a su trabajo provocaron su divorcio de su ex-exposa Inés (interpretada por la escultural e impresionante Sofía Vergara) así como el abandono de su hijo adolescente, un chaval que admira a su progenitor pero carece de afecto paterno, puesto que apenas puede pasar unos minutos al día en compañía de su padre. El despido del cocinero de su rutinario trabajo será el punto de partida para Carl para emprender un viaje en camión a través de las carreteras estadounidenses en compañía de su hijo y de su amigo Martin (John Leguizamo), en el que recuperará su ilusión por idear platos de cocina creativa alejada de los rígidos menús, compartiendo igualmente con su descendiente todos esos momentos perdidos en el pasado por haber estado más pendiente del calor de los fogones.
Bajo esta premisa muy típica de la comedia de reconciliaciones y despertares familiares estadounidense, Favreau cocinará un plato sofisticado en el que alternará el picante con el azúcar apoyado en un ritmo ciertamente endiablado que se adorna con los acordes de unas espléndidas melodías latinas que servirán de omnipresente banda sonora, con los seductores cameos de grandes estrellas como Dustin Hoffman, Scarlett Johansson y Robert Downey Jr. (éste último en un cameo autoparódico de apenas cinco minutos en el que demuestra sus dotes para la comedia loca) y especialmente con una inteligente metáfora acerca de los límites que separan los trabajos artesanos y comerciales de aquellos más arriesgados y alejados de los cánones aceptados por el público (seductor guiño sin duda el que efectúa Favreau comparando la dicotomía existente entre los trabajos sin alma que cuentan con el favor del público, pero no de la crítica, y aquellos favoritos de la crítica pero a su vez más arriesgados al no adivinarse cual será la reacción del público, un claro símil que remarca el debate existente entre el cine comercial y el cine de autor).
Igualmente muy divertidas e inspiradoras son las escenas en las que las redes sociales entran en juego, donde se manifiesta el poder sin límites que éstas poseen en la actualidad, desvirtuando y magnificando interesadamente el contenido de los mensajes que se vierten en las mismas, siendo estas secuencias las más divertidas y potentes de la película, si bien Favreau finalmente se mostrará condescendiente con las mismas, admitiendo también las virtudes de internet en relación a las nuevas técnicas de marketing y venta de imagen.
En resumen, Chef es una de esas películas pequeñas en su envoltorio, pero grandes en su forma y contenido (tanto visual como artístico) que partiendo de una historia sencilla y algo trillada en los últimos tiempos, sin más pretensiones que las de entretener y hacer pasar un rato agradable a todo aquel que compre la entrada de cine, alcanzará su difícil objetivo propuesto (para mí no hay cosa más difícil en el cine que atrapar al espectador con una historia entretenida) gracias al empleo de un refrescante sentido del humor, muy en la línea de las comedias de los años ochenta huyendo pues de todo interés satírico o filosófico, y que asimismo logra esbozar un fino cuadro acerca de los muros que separan al entretenimiento del arte y los problemas de incomunicación padre e hijo que afloran en las familias contemporáneas debido a las esclavistas obligaciones laborales. Una comedia recién salida del horno de Favreau que se degusta con sumo gusto.
Todo modo de amor al cine.