Me vais a permitir la licencia de haceros una pregunta. ¿Os comeríais un buen puñado de heces de caballo por, digamos, cincuenta euros? ¿Y por cien?
Me arriesgaría a decir que la inmensa mayoría —entre la que me incluyo sin avergonzarme— hemos lanzado cuestiones similares, o incluso más repugnantes, si cabe, a gente de nuestro círculo de confianza en algún momento de nuestras vidas. El por qué no lo tengo muy claro; puede oscilar entre la más simple y llana diversión, o aludir a motivos más intrincados como evaluar la integridad —o la falta de ella— de nuestros contertulios.
Sea como fuere, algo tan extrañamente cotidiano —y simplón, no nos engañemos—, le ha servido como premisa a E. L. Katz para sentar las bases de su primer largometraje, Cheap Thrills: una comedia negra como el carbón que destila testosterona, diversión malsana y una asombrosa falta de ética y moral que estimulará las parcelas más ocultas de nuestro subconsciente mientras pone en tela de juicio la naturaleza humana de un modo sorprendentemente inteligente.
Cheap Thrills arranca con una velocidad inherente a la sencillez de su planteamiento. Katz aprovecha el complicado contexto socioeconómico actual para meternos en el bolsillo con una inusitada facilidad a Craig, un padre de familia primerizo con muchas facturas pendientes, recién despedido de su empleo, y con una orden de desahucio a punto de ejecutarse.
Con semejante papeleta, Craig se encuentra con un viejo compañero de estudios en un pub donde un cincuentón forrado y su novia florero les ofrecerán competir en una suerte de «gymkhana» pasada de vueltas a cambio de unos cuantos dólares para el primero que supere las pruebas.
Los primeros compases tras el detonante del filme ayudan a ponernos en situación progresivamente. Nos introducen en un juego que a simple vista no parece ser más que un divertimento pueril y, en cierto modo, inocente. Nada más lejos de la realidad. En un abrir y cerrar de ojos, los retos infantiloides comienzan a aumentar de intensidad a la par que el endiablado ritmo de la cinta, convirtiendo a Cheap Thrills en un compendio de salvajadas, escatología, sexo y violencia que evoluciona de lo divertido a lo controvertido, y termina en lo directamente incómodo.
Por suerte, la forma de este «tour de force» que viven Craig y su compañero, acompaña a la sordidez argumental que presenta con un crescendo constante de emociones y vehemencia que se traducen en pantalla con un festival audiovisual que combina la habilidad y la gran soltura del realizador a la hora de mover la cámara en los espacios cerrados con un montaje que no deja que las carcajadas, las muestras de asombro y la estupefacción del espectador decaiga en ningún momento. Pero Cheap Thrills no es sólo nervio, carcajadas y un divertimento vacuo. El filme posee una «cara B» que le hace ganar no sólo en complejidad sino también en calidad.
La feroz crítica a los principios morales del ser humano trasciende a los personajes y apunta directamente al público. Katz no se queda en lo superfluo del manido «homo homini lupus» refiriéndose a la descarnada competición final entre dos seres humanos por pura codicia y, además de tratar temas delicados como la necesidad o la pérdida de valores en la sociedad contemporánea, señala directamente al espectador comparándole con ese ricachón que, previo pago, ríe a mandíbula batiente ante el sufrimiento de dos seres humanos alimentado única y exclusivamente por el morbo.
Cheap Thrills es una de las cintas más salvajes, divertidas, críticas e inteligentes que nos ha dado el año 2013. Si además tenemos en cuenta que nos encontramos ante una opera prima, todos estos calificativos no sólo justifican el necesario seguimiento de la trayectoria de su director E. L. Katz, sino también su honorífico puesto entre mi top diez de filmes que pudimos disfrutar el año pasado.