Nacida en Costa Rica, «en el fin del mundo» como decía ella misma. Crecida en México. Resucitada en España. La biografía personal y artística de la cantante aborda la popularidad, el olvido, las vivencias y relaciones amorosas de la intérprete a lo largo de más de setenta años que vertebran el desarrollo de Chavela, un documento convencional para retratar a una mujer rebelde.
Cualquier manual académico que instruya sobre la realización de documentales suele aportar la mayor parte de los elementos que componen un largometraje como Chavela. Fotografías de infancia y juventud. Una serie de testimonios de numerosas personalidades que la conocieron en vida. Material de archivo recopilado de cine, televisión e incluso grabaciones domésticas. Todo se presenta en una línea cronológica que ayude a situar cada época de su vida gracias a la documentación aportada y las respuestas de los entrevistados. Si además se trata de una variedad de puntos de vista afectivos, familiares, profesionales y discordantes -en algún caso puntual- el resultado puede ser más enriquecedor para la visión acerca de la artista. El metraje aportará entonces un nutrido grupo de anécdotas, certezas y novedades sobre una dama como fue Chavela Vargas, tan mediática, admirada y querida en su etapa final. Entre las intervenciones son reseñables las del hijo de José Alfredo Jiménez, compositor del cual cantó varios temas de desamor la cantante. También las de antiguas compañeras sentimentales que inciden en su carácter y energía. Por supuesto los comentarios de Pedro Almodóvar, sentidos, respetuosos y cercanos, mientras contemplamos que algunos galardones internacionales que han premiado a sus películas, son usados como sujeta-libros en las estanterías del fondo.
Al inicio del film vemos una entrevista en video que muestra a Chavela Vargas tal vez en los años noventa, una grabación que por la calidad de la imagen parece estar registrada en formato V8, High-8 o tal vez un U-Matic, todos ellos soportes magnéticos que sirvieron para trabajar multitud de videos industriales, institucionales o de empresa, así como para las prácticas de los cursos universitarios o formativos de disciplinas audiovisuales. Es decir, se utilizaban formatos semiprofesionales que requerían un costoso proceso para ser telecinados o bien mejorados por el Betacam, sistema de grabación que sí se usaba para la difusión de programas en canales de televisión. Para disculpar esta jerga técnica, debo aclarar que cuando se usan diferentes texturas de imagen en un documental por razones de incluir material de archivo, se incorporan al largometraje sin ocultar que pertenecen a épocas pasadas y provienen de distintos soportes fotográficos, magnéticos o digitales, pero habitualmente se nivelan en intensidad lumínica y sonora para que no resulte tan abrupto el cambio de formatos con el paso de las secuencias. Este equilibrado formal es una fase que se echa en falta al ver el documental Chavela. Tampoco resultan un buen apoyo las imágenes infladas de otras intervenciones de la biografiada, actuaciones musicales e incluso su aparición como actriz en un film mexicano. La razón sea que tal vez no existen los masters originales o se haya recurrido a grabaciones de video de emisiones televisivas. Unido al uso de una tipografía en cursiva, de aspecto demasiado informal, para destacar los nombres de las personas que aportan sus testimonios, refuerza la sensación de trabajo de fin de curso de la cinta.
Este es el mayor error del documental, porque se trata de una producción dirigida por dos responsables, quizás discordantes en los objetivos que buscaban, dando origen a un tono que fluctúa desde el enfoque neutro u objetivo hasta las apreciaciones subjetivas, sin fundamento, casi propias de la prensa rosa. Unas tonalidades que no se necesitan para abordar la trayectoria vital de una mujer visible en la encrucijada conservadora sobre la libertad sexual o el papel dominante del género masculino, más en el caso concreto de Mexico, país caracterizado durante mucho tiempo por el siete-machos que popularizó Cantinflas. Chavela supone un trabajo con más alcance para las parrillas de canales de televisión generalistas, incluidos los que no programan el género del reportaje más allá de la crónica de sucesos. Pierde el norte en su búsqueda de la reivindicación de la mujer, de la libertad femenina y, lo más importante, no es capaz de incidir en esa voz que parece lava escupida desde un volcán, porque apenas se escuchan sus canciones más allá de breves segundos. Un producto que podría redimirse si se revisara y hallase la emoción que desprenden los acordes emitidos por su garganta. Si profundizara en su evolución, en lugar de repetir los pasajes que recuerdan unas y otros con sus testimonios, para quemar las décadas de su existencia. Quizás esa brillantez y autenticidad que sí consiguen diálogos de la propia Chavela como el que alude a que lo que desea es hablar del futuro, no del pasado. Entonces, ante la insistencia de la entrevistadora responde resignada, «pregunta lo que quieras». O esa zambullida al agua fría del lago, totalmente vestida, huyendo del calor asfixiante.