Aunque pueda resultar una obviedad, es inevitable visionar Charlie Says con un ojo, o mejor dicho la mente, puesta en la comparación con Once Upon a Time in Hollywood. No es la misma película, pero sí se refiere a una época y a un contexto idénticos, de hecho hay planos, situaciones y lugares que parecen un calco una de la otra aunque, paradójicamente, donde Tarantino otorgaba situacionismo y gatillo tensionador, Mary Harron no pasa de reproducción de la anécdota, como si fuera obligatorio rodar ciertos pasajes para contentar a la audiencia.
Precisamente, es en el tránsito del libro en que se basa al film a la pantalla donde Harron tira de una literalidad que consigue que Charlie Says prácticamente se pueda “leer”. Cierto es que el resultado podría ser, a nivel informativo, apreciable para un profano en la materia, pero dado que lo relatado forma parte, más o menos, de la cultura popular, todo acaba siendo de un rutinario que raya en la desgana.
No se aprecia por ningún lado esa Mary Harron que conseguía con American Psycho sortear su hiperviolencia y tornarla un irónico alegato contra el capitalismo de la era Reagan. A Harron parece no interesarle en demasía el material con el que está trabajando, sin ninguna intención de profundizar en las contradicciones de las integrantes de la familia, de la psicología de Manson o del background de la época. Se limita a tirar de tópicos sobre el amor libre, algunas frases célebres de Manson y hacer de sus protagonistas unas victimas con más tendencia al puchero que al asesinato vía lavado cerebral.
No hay ni rastro de la fascinación por Manson, o por el miedo que podrían producir sus soflamas. Solo un continuo desfile de situaciones más o menos conocidas que actúan como casi un ‹greatest hits› o un ‹fan service›. Por si fuera poco, llegados al momento culminante, léase (nunca mejor dicho) los asesinatos por “La Familia”, se produce un anticlímax en forma de un fuera de campo que resulta tan incoherente como falta de valor y riesgo.
No, tampoco se pretendía un giro abrupto de la situación al modo tarantiniano (aunque su secuencia última pueda remitirnos a ello), pero es palpable que Harron no sabe muy bien cómo enfocar el asunto que se trae entre manos y acaba siendo víctima de una mezcla de respeto mal entendido y de temor reverencial a convertir los asesinatos en una suerte de exploit gratuito, convirtiéndolos en otro eslabón más de una rutina sin trascendencia tanto en lo cinematográfico como en su significado y alcance en el plano real.
En definitiva, Charlie Says se aproxima peligrosamente a una especie de telefilm con ciertas ínfulas pedagógicas respecto a los hechos y moralistas con su mensaje de redención final. Un bagaje muy escaso para un material con jugo de sobras para ser explotado en forma genérica (explotando en terror psicológico) y formal yendo más allá de sus flashbacks de manual de primero de cinematografía. Un film que solo sirve si cabe para dar más valor a la obra tarantiniana en tanto saber apreciar el valor de un buen lanzallamas.