En muchos sentidos la moral es una condición material, es bueno quien se puede dar el lujo de serlo, porque como se evidencia en este drama el hambre tiene cara de diablo. Así, la vida de Irene se complica frente a la situación económica de su hogar, pues su esposo no está trabajando y las cuentas se empiezan a amontonar; frente a este panorama en el que todo se puede perder, aparece la posibilidad de una salida luciferina cometiendo un pecado mortal para recibir en el seno del hogar a un inquilino criminal.
Miguel el argentino es el visitante que irrumpe en el hogar de esta familia de escasos recursos para deformar su cotidianidad; es, a grandes rasgos, un delincuente prófugo proveniente del ala burguesa del narcotráfico que intercambia su vida de lujo por la supervivencia clandestina. Se pueden hallar en este drama reminiscencias de Teorema o Visitor Q, pues a pesar de que el enfoque en este caso sea más realista, la irrupción de Miguel en la cotidianidad de esta familia rural trae consigo cambios profundos en su mirada y acerca de lo que están dispuestos a hacer con tal de prolongar su supervivencia. Miguel es un huésped molesto, grosero y agresivo al que cuesta soportar a pesar de ser el nuevo sostenedor de la familia; tolerarlo es un calvario, una humillación constante.
Quizás este punto de la tortura clasista es el que estorba un poco el desarrollo de la obra porque se vuelve predecible el desenvolvimiento anímico de los personajes y ello hace que cualquier espectador pueda anticipar que al final habrá alguna explosión incontenible por parte de los humildes brasileros, y como esto no esta enhebrado de manera tan original solo esperas el suceso inevitable viendo gran parte de las escenas o momentos como un trámite. La película tiene alguna que otra exploración interesante como es la homosexualidad reprimida del marido de Irene o el consumo de drogas contagiado al hijo de la familia, pero son temas que se desgranan poco y terminan por parecer esfuerzos de otorgar picante al predecible drama.
El filme se salva gracias a las interpretaciones de los distintos actores que lo dan todo para que sus interacciones sean entretenidas, aunque la vitalidad en sus expresiones no enriquece de más el sentido de la obra. Por fuera quedan muchas preguntas por responder o matices a explorar en el trasfondo de los diversos personajes, como por ejemplo la historia de Miguel, que cuenta con la que es de sobra la presentación más interesante, pero poco se conoce del mismo tras involucrarse con la familia de Irene.
En el aspecto técnico nos encontramos con una fotografía que resalta los colores añejos de las infraestructuras por las que se mueven los personajes; estos espacios son contextos que, sin ser decadentes, sí evidencian un sentido de precariedad económica bastante marcada. Además de ello, la presencia del monte siempre se cuenta a pesar de que no sea en especial protagónico, mostrando un Brasil marginal verde lleno de trochas y recovecos, donde la civilización está presente pero dispersa. Por la parte sonora no hay muchas apuestas lejos de la utilización de dos lenguajes en la cinta (el español y el portugués); esta elección bilingüe es interesante como forma de expandir la desconexión de los personajes, su incapacidad de comunicarse, o su comunicación tosca e infructífera.
A pesar de sus méritos la propuesta termina por ser un drama predecible que se queda en lo relevante de su tema sin plantear reflexiones mas allá de las obvias, y que se apoya demasiado en las acciones de los personajes sin darse tiempo de conocerlos mejor.