Con la intención de obtener los mismos resultados que en su primer capítulo, Yaron Shani hilvanó la segunda película de la trilogía alrededor de las consecuencias y los efectos del amor en su más amplio sentido. Sin embargo, Chained se sitúa un peldaño por debajo de su fascinante hermana mayor, quizás por el empeño del autor israelí de ir un paso más allá en su ambición de emplear ese hiperrealismo exacerbado con el que vestir un traje que debido a su exceso de condimentos peca de cierto tremendismo (punto en el que nunca cayó Stripped), dejando un sabor de boca insípido merced a una cierta sensación de impostada realidad brotada de unas escenas muy naturalistas y aparentemente improvisadas que generan precisamente un efecto contrario: la premonición de que en la ejecución de las mismas intervino una planificación llevada al extremo con la pretensión de engendrar un regusto realista en un espectador que acaba comprendiendo que en los gritos, sollozos forzados y emociones a flor de piel mostrados se encuentra la mente de un realizador que acaba engañando al público con unos trucos que contienen exactamente lo contrario de aquello que se pretende reflejar.
Una pena, puesto que la película en su conjunto se eleva como muy poderosa y estimulante, fundamentalmente por articular una de esas historias desgarradoras apegadas al cine social más radical que, con un poco más de contención, se hubiera podido consagrar como uno de esos clásicos súbitos de efectos imperecederos.
Aquí seguiremos los pasos de un policía bastante autoritario y violento llamado Rashi (Eran Naim). El carácter férreo y abrupto del alguacil será revelado en las dos escenas de arranque del film, en las que se muestra la irrupción de Rashi y un colega en el apartamento de un pedófilo que se halla abusando de un par de niños en su residencia, para una vez cazado el pervertido, aterrizar en su segundo acto en un parque de la ciudad en donde un grupo de adolescentes se encuentran fumando marihuana. En ambas situaciones laborales Rashi se mostrará como un tipo implacable, brusco y poco dado al debate.
Un carácter que continuará amasando en el ámbito íntimo del hogar del policía, junto a su tímida y temerosa esposa Avigail (Stav Almagor), una enfermera que se ha casado en segundas nupcias con Rashi y que aporta a la nueva familia una hija adolescente llamada Yasmin (Stav Patai) procedente de una relación anterior cuya personalidad bastante rebelde, atractivo e indisciplina juvenil chocará de frente con el temperamento de Rashi. A ello se une que Avigail y Rashi han sufrido el palo de perder a su hijo, al tener que abortar la joven tras morir el bebé dentro del vientre materno. La imposibilidad de ser padre, provocará en Rashi un rechazo inconsciente hacia su hija postiza, a la cual parece observar como un lastre que impide que su mujer vuelva a querer ser madre.
En este sentido, durante la celebración de una sesión fotográfica en la que la quinceañera quiere aparecer en alguna pose bastante sugerente, Rashi explotará bruscamente prohibiendo que tal sesión tenga lugar por considerarla inapropiada para una muchacha de su edad. Este enfrentamiento, al que se unirá otro sostenido cuando Rashi descubra a su hijastra con su grupo de amigos en un parque bebiendo y fumando, encenderá una atmósfera irrespirable y sobrecargada en el hogar familiar, continuamente inflamado por las peleas verbales a gritos y berrinches adolescentes protagonizados por Rashi y Yasmi, siendo Avigail una mera testigo que decidirá no tomar parte en el virulento combate que enfrenta sin freno a las dos personas que más ama.
Pero todo dará un giro de 180 grados cuando Rashi se enfrente con un grupo de pijos adolescentes, entre los que se encuentra el vástago de un jefe político que acusará falsamente a Rashi de haber abusado sexualmente de él durante la detención practicada por el policía. Esta acusación, unida a las continuas hostilidades sufridas en la casa familiar entre el agente y la caprichosa y malcriada Yasmin, obligará a Rashi a abandonar la residencia conyugal cuando su esposa finalmente decida ponerse de lado de su descendiente al finalizar otro violento altercado entre su pareja e hija.
La lejanía de su cónyuge no será aceptada por Rashi, quien tomará una decisión desesperada e inaceptable cuando conozca que Avigail desea divorciarse de él. Un final desolador, seco e impactante será el punto y final con el que culminará una cinta que peca de querer impresionar en exceso, buscando por tanto siempre el impacto sobre la introspección.
Chained supone un paso atrás en el desarrollo de la trilogía. A su favor sin duda se encuentra el hecho de entrelazar los parajes, situaciones y personajes con el primer episodio, alzándose por tanto como un vehículo perfecto en el que cultivar las bondades de las películas de historias cruzadas. Asimismo, el relato resulta muy absorbente e inquietante, logrando en algunos de sus tramos alterar la tranquilidad del espectador, haciéndole partícipe de un auténtico infierno del que parece imposible encontrar una salida. Pero como punto negativo se presenta la excesiva ambición de su director por tratar de crear un nuevo lenguaje cinematográfico adornado de un hiperrealismo hiperbólico y en mi opinión impostado.
A la cinta le falta algo de humildad. No creo que Roberto Rossellini pretendiera conmocionar al público de su época mediante la condensación de imágenes fuertes y emocionalmente impactantes (de hecho en sus mejores films muchas de sus imágenes desprendían una fuerza emocional inolvidable) sin prestar atención a ciertas reglas de narrativa y presentación cinematográfica. En este sentido, las películas de Rossellini conseguían su objetivo de concienciar al publico gracias a que esa realidad que plasmaba se exhibía de manera muy cercana, sin ornamentos ni trucos de montaje, siendo la sencillez, sinceridad y espontaneidad que brotaban de las imágenes su más potente arma.
Pero Yaron Shani renuncia precisamente a ese paradigma inherente al cine neorrealista italiano. Sobrecargando en exceso sus composiciones, como esas secuencias tomadas cámara en mano en las que se exhibe al policía y a su hija a grito pelado discutiendo a voces y mirando al horizonte fuera de plano, conocedores que esa discusión necesitará de más gritos, lloriqueos y sofocos para alterar la conciencia del espectador. Esa pretensión de despojar de irrealidad la escena cinematográfica manifestando la cruda realidad familiar acaba devorando el objetivo perseguido por Shani, derivando los derroteros del film hacia unos postulados que no parecen próximos a una naturalidad prudente.
La cinta parece cortada por dos patrones radicalmente divergentes. Por un lado en su derivada pegada al thriller urbano. Por el otro en su integral de postularse como un drama social de trincheras y entrañas a flor de piel, aunque demasiado condescendiente. En este sentido, su intención de despojar de ficción una trama tan enrevesada y despiadada, se convertirá en un cierto lastre al no hacer creíbles ciertas situaciones.
No obstante, nos hallamos ante un producto muy brillante en muchos de sus momentos. Por ejemplo, muy gratificante se manifiesta la fuerza que desprende Eran Naim, quien desborda y supera con creces las limitaciones interpretativas que se observan en sus dos compañeras femeninas, las cuales se muestran demasiado desconfiadas y cohibidas. Igualmente, podemos destacar la magnífica y elegante fotografía que engalana el envoltorio visual del film, los perfectos encuadres y planificación estructural ideada por el talentoso Shani, y una historia cruel, brutal y lacerante, a veces demasiado sádica, que seguramente revolverá más de un estómago.
Todo modo de amor al cine.