En un colegio de la Provenza, antes de ser adolescentes, Émile Zola conoce a Paul Cézanne. El futuro escritor es huérfano, convive con su madre y proviene de una familia trabajadora. El pintor es el hijo de un banquero bien situado. Las diferencias familiares y de clase no impiden que los dos forjen su fuerte amistad a lo largo de varias décadas. A pesar de compartir amores, soportar acercamientos y rechazos. También a pesar de ellos mismos y sus egos.
En pleno movimiento de la nueva ola francesa, muchos de sus impulsores renegaron de aquel cine galo de calidad, realizado con una puesta en escena invisible, de aquellas historias desarrolladas en épocas pretéritas y habitualmente adaptaciones de obras literarias. Lo curioso fue que, gran parte de aquellos directores, algunos como Truffaut, Rivette, Malle, Chabrol e incluso el más longevo, Rohmer, entregaron sus propias aproximaciones a ese cine novelesco con enfoques o personalidades de autor diferentes. Tampoco se puede predecir una futura segunda nouvelle vague que dinamite todo lo que se rueda o produce en la actualidad. Mientras tanto Danièle Thompson, guionista para cine y televisión desde 1966, una profesional veterana que debutó como realizadora en el año 1999 con La bûche (Cena de navidad) estrenada en España junto a otras tres cintas más, nos entrega esta bonita aproximación a la relación de los dos amigos. En los films anteriores había situado la acción en el presente, partiendo de libretos escritos por ella junto a Christopher Thompson. En el caso de Cézanne y yo el guión original es solo de Danièle, un trabajo que ha necesitado quince años para poder ser rodado. El argumento se desarrolla con un reencuentro de los dos protagonistas en la casa de Zola, situada en Medan, durante 1888. El despacho donde escribe el autor se convierte en el escenario para que los dos artistas den rienda suelta a sus discusiones y recuerdos. Esta secuencia estructura el resto del metraje, mediante continuos saltos temporales al pasado y en otros espacios como París, ciudad en la que vive Émile. Hasta Aix-en-Provenze, el pueblo rodeado de naturaleza por el que pinta sus lienzos Paul.
A pesar de no estar basada en una obra teatral, el film se presenta como una sucesión de actos en los que ambos personajes se confrontan, dialogan, observan y actúan de la misma forma que si se tratara de un texto dramático. Esta sensación está reforzada por un reparto en el que destacan varios intérpretes de la Comedía Francesa, una compañía de prestigio en aquel país. La narración se desarrolla con fluidez, interés y algún giro que otorga cierta intriga. Tanto Guillaume Canet encarna un papel tranquilo, apaciguado, contemplativo en contraste con el carácter volcánico, expansivo y hosco de Guillaume Galienne como el pintor. Los dos logran un juego de afectos, odios, perplejidad y empatía sin llegar al histrionismo, enfocados por sus miradas. Apoyados por el contrapunto de las mujeres Alexandrine y Hortense. Las madres, Emilie más Elizabeth. Y otros ilustres impresionistas como Renoir, Pissarro o Manet.
La base argumental de la película se mantiene entre la ficción creada sobre esa amistad, dando origen a un melodrama suave, con momentos divertidos, también emocionantes, cargando los ecos sentimentales con una gran partitura compuesta por Éric Neveux, con aliento clásico y resonancias de la época retratada. La cineasta no cede a la tentación de apoyar la textura fotográfica a través de los lienzos de Cézanne ni demás contemporáneos para encuadrar los planos, ni planificar las secuencias. Tal vez en algunas imágenes sí se detecta el rastro de las pinturas, pero siempre de forma sutil. Por eso logra siempre centrar la atención en las vidas de los dos amigos, en una evolución más positiva para el pintor que para el escritor, pero por lo general justa en los dos casos. Con escenas tratadas según cada personaje, entre las que destacan aquellas en que se convierten en testigos involuntarios, tal vez mirones. Primero de Cézanne observado por Zola mientras pinta a su mujer. Años después en sentido inverso, de Paul decepcionado al escuchar cómo lo menosprecian varios de sus conocidos en la residencia de los Zola. Son detalles felices en un film entretenido, también divulgativo en el mejor sentido del término, realizado con maestría y convicción por su directora, que saca provecho a todos los elementos de un film de época, incluso con un presupuesto que se percibe ajustado para la ambientación que necesita, pero aprovechando al máximo los elementos, con toques como los del tren que se escucha partir pero no aparece en la imagen, o esas calles de París fuera del entorno manoseado bohemio. Razones irónicas para que se olvidaran incluso de sus actores, en los festivales y premios a los que pudo optar el año pasado.