El Festival de Locarno, celebrado cada verano en un pueblo de la Suiza italohablante, es uno de los certámenes europeos más longevos y, sin duda, uno de los más interesantes. Después de 72 ediciones, su estado actual no busca tanto atraer a los focos y los objetivos de las cámaras invitando a grandes nombres, sino apostar por descubrir nuevos cineastas o dar voz a aquellos situados más en los márgenes de la producción internacional actual.
Tanto su sección oficial como las paralelas se llenan de películas realizadas por cineastas noveles o prácticamente desconocidos para el gran público, pero aún así imprescindibles. La sección Cineasti del presente es un buen ejemplo de ello, al presentar 16 posibles joyas escondidas de cualquier lugar del planeta. Ceux qui travaillent, primer largometraje del suizo Antoine Russbach, ha sido una de las películas a competición este año.
Aun con la voluntad internacionalista de la sección, la película de Russbach presenta una realidad demasiado cercana. Frank, un ejecutivo de mediana edad, es una de esas personas que no pueden vivir sin trabajar, un orgulloso soldado del capitalismo. Frank se dedica a gestionar el transporte marítimo de mercancías, pese a vivir en Suiza y no ver nunca los barcos que se encarga de fletar. Tras una situación de emergencia, Frank toma una decisión extrema y amoral y su empresa decide despedirlo, lo que lleva al protagonista a una situación de desasosiego.
Ceux qui travaillent pone su foco en un alto ejecutivo totalmente desligado de la realidad de lo que maneja, uno de esos engranajes que permiten perpetuar un sistema injusto y absurdo. Al contrario de una película similar como Toni Erdmann, el film de Russbach no ofrece contrapunto cómico, sino que carga todo el peso del film sobre el protagonista, un magnífico Olivier Gourmet. Es acertada, en ese sentido, la manera en que el director presenta a un protagonista obsesionado con su trabajo, arisco, poco comunicativo y demasiado racional, pero al mismo tiempo alguien preocupado por su familia, en especial su hija pequeña. Russbach también opta por no mostrar hasta el final “el otro lado” (los barcos y las personas que sufren las consecuencias de las decisiones de las empresas), marcando así la gran distancia física y psicológica entre quien ordena y quien ejecuta.
Es cierto que Ceux qui travaillent es una película marcadamente pesimista, que rechaza la redención de su protagonista y que muestra a un sistema podrido en sus engranajes. Se trata de un buen retrato de un personaje sometido al vacío, incapaz de apreciar nada más que su trabajo, y de la presión silenciosa que la familia puede ejercer sobre él. Sin embargo, el film de Antoine Russbach falla en no ir un poco más allá, al ser una película que se queda en la superficie tanto a nivel temático como a nivel de personajes secundarios. Este hecho, privilegiado desde la dirección, cuya cámara se centra casi exclusivamente en el protagonista, no permite conocer a Frank más allá que con sus acciones y palabras, dejando fuera de campo todo aquello que su entorno podría explicarnos sobre él.