El romance esporádico entre una mujer, ya casada y con hijas, y un joven muchacho, a la postre hijo de su pareja actual, marca el eje central del nuevo largometraje de la cineasta francesa Catherine Breillat, que si bien recurre a un film relativamente reciente como Reina de corazones de May el-Toukhy, atisba en esta nueva incursión tras las cámaras algunos de los motivos que han ido bordeando su obra a lo largo de décadas; lejos, pues, de sustraerse motivos puramente comerciales —como podría ser el éxito que atesoró el original, llegando a alzar premios en festivales como el de Sundance o a ser nominada a los European Film Awards— de la elección de este proyecto por parte de la autora de Romance X, nos encontramos ante una propuesta que ante todo se antoja consecuente para con el cine de Breillat. La exploración de una sexualidad que no atiende a condiciones ni mucho menos distancias generacionales ha sido una constante que exploraba ya desde alguna de sus primeras obras, como en su tercer largometraje, Sale comme un ange, donde una joven entablaba una relación con un compañero de su marido mucho mayor que ella, encontrando incentivos alejados de la (cuasi) rutina establecida hasta entonces.
Es necesario, no obstante, ahondar en los motivos de una búsqueda que queda asentada en una desidealización patente, pues lejos de esa diferencia que muestra la directora en no pocas ocasiones, cabe destacar un tratamiento que llama la atención por su crudeza, sustraída tanto del contexto —en ese aspecto, y especialmente en etapas anteriores, resulta casi hiriente el modo en cómo la misoginia imperante se filtra a través de diálogos y situaciones que son retratadas, para más inri, con naturalidad— como de los distintos individuos que frecuentan su obra: despreciables e incluso cínicos, los personajes masculinos del cine de Breillat se reflejan a la perfección en un ambiente que puede llegar a ser lacerante para sus protagonistas, pero que de algún modo abrazan como parte del anhelo que han elegido vivir. Una constante que se repite y que además se traslada a las relaciones establecidas, manando una toxicidad impropia del género en el que se instaura el cine de la francesa, pero a la par lo define y delinea con una precisión en ocasiones enfermiza, que se desprende de la franqueza con que se expresan todos y cada uno de sus personajes, como si la cruda realidad fuese la única de las respuestas posibles.
Parfait amour!, su quinto largometraje, condensa las claves de ese cine marcando un nexo con un hiperrealismo que se condensa únicamente en sus primeros minutos; en ellos, la reconstrucción de lo que se presenta como un homicidio doméstico donde el agresor reproduce el crimen, da paso al testimonio de la hija de la víctima a través de un insólito testimonio que marcará de algún modo el devenir de una propuesta que se expone en forma de crónica amorosa cuya evolución expondrá los derroteros de una desafección marcada por el veneno, en forma de celos y un cierto agotamiento, que manará de esa relación. Con abundantes diálogos —que Breillat escinde desde un montaje en el que inserta fragmentos que complementan esa crónica y distienden su marcada crudeza—, Parfait amour! describe el antes y el después, incidiendo así en las cicatrices que han marcado o irán marcando a los dos personajes centrales, reafirmando la aspereza que se palpa principalmente en la erosión que irán ejerciendo esos vínculos amorosos —ya que Breillat vuelve con acierto sobre los pasos de las anteriores relaciones de la protagonista—, traspasando los lindes de un desamor que se tornará doloroso, llegando incluso a lo vejatorio.
La cineasta francesa ofrece de este modo una visión que, sin necesidad de huir del romanticismo, de esos primeros pasos que componen y alimentan el nexo afectivo, se desplaza a un terreno impelido por la inclemencia y la aridez que se derivan de cada gesto en apariencia insignificante o de cada palabra desde la que intentar encontrar un significado, aunque sea a través del impulso mas primitivo, a las heridas y frialdad que a fin de cuentas ha generado ese amor, fracturándolo todo. Parfait amour! huye así de cualquier tipo de idealización, ya no sólo adelantando una tragedia que todavía cobra menos sentido desde esas declaraciones de la hija, sino también relatando sin tapujos y con una visceralidad penetrante aquello que al fin y al cabo nace y es destruido por la propia imprevisibilidad y ductilidad de los sentimientos, componiendo un mosaico que no podría sino ser tan difícil de comprender como de atisbar en última instancia.
Larga vida a la nueva carne.