«And there are those people who are catfish in life. And they keep you on your toes. They keep you guessing, they keep you thinking, they keep you fresh.»
El tema de los géneros cinematográficos siempre me ha parecido un terreno resbaladizo y bastante espinoso. Catalogar películas en base a su contenido o temática puede ser algo complicado —¿podríamos decir que The Warriors es una ‹road movie› a pie?—, pero en el caso de Catfish la línea que separa los géneros es más difusa y delgada de lo habitual.
La cinta dirigida por Henry Joost y Ariel Schulman no huye en ningún momento de su naturaleza documental, pero durante la primera mitad de la historia, los sucesos que van aconteciendo en pantalla bien podrían haber formado parte de un thriller firmado por el mismísimo Alfred Hitchcock, pero rodado con el ya requemado lenguaje del ‹found footage›. Y es que, hasta su ecuador, la historia de Yaniv (hermano del director) y su relación de “algo más que amistad” con una chica a través de internet está repleta de giros y descubrimientos que nos sorprenderán y, en más de una ocasión —atentos al momento previo al ‹mid point› de la cinta—, nos pondrán en tensión haciéndonos vivir la historia como si fuésemos el cuarto integrante del equipo.
Porque si algo tiene Catfish es esa capacidad de contar una historia apasionante de un modo cercano y coloquial; de conseguir que Yaniv, Henry y Ariel se conviertan en personas tangibles y no solo en personajes detrás de una pantalla. Esto puede ser, en parte, por lo extrañamente familiar —en mayor o menor medida— del punto de partida de la historia, o por ese brillante uso de las nuevas tecnologías —desde redes sociales a herramientas de búsqueda online— como uno más de los elementos formales que conforman la narrativa de la película, consiguiendo que el visionado de Catfish termine siendo una experiencia de lo más familiar.
Es esta cercanía la que hace posible que el cambio de tono —y género— que sufre la cinta pasada la mitad de su metraje resulte tan efectivo. A partir de ese momento, Catfish deja de ser un thriller repleto de misterio y tensión para pasar a convertirse en una suerte de drama que nos encoge el corazón mientras retrata con delicadeza a una serie de personajes por los que nuestros sentimientos hacia ellos sufrirán un arco de transformación conforme la película se acerque a su desenlace.
Como podéis ver, Catfish podría calificarse como un “batiburrillo” de géneros. Una película que, conforme va evolucionando y cambiando de registro, consigue que nuestras sensaciones como espectadores se vayan adaptando constantemente. Una cinta con alma de documental que nos conduce por los caminos de la intriga y la tensión propios de la más retorcida de las ficciones, y que nos mantiene enganchados y boquiabiertos para después dar una vuelta de tuerca y zambullirse de lleno en el más emotivo de los ‹biopics›; en una montaña rusa emocional que no necesita caer en ningún momento en lo evidente y lo lacrimógeno para estrujar nuestros sentimientos.
Al igual que hay gente que actúa como bagres —‹catfish› en castellano— hay películas que «te mantienen en vilo, te hacen pensar, te mantienen fresco» y te recuerdan los motivos por los que adoras tantísimo el cine, ya sea en forma de documental, de ficción, o de esta maravillosa y enrevesada aventura que es Catfish.