Hay centenares de certámenes cinematográficos por el mundo. Hubo una época, al menos en España, donde cualquier ciudad o pueblo ofertaba una muestra o festival de cine de lo que fuese con cualquier excusa para llevarlo a cabo. Algunas veces a golpe de talonario. Otras, con el esfuerzo de determinados colectivos. En ocasiones se consolidó la propuesta mientras que no pocos festivales acabaron abandonados con la llegada de la crisis, tuvieran ya una trayectoria más que interesante o fueran solo flor de un día. A veces se muta por el camino, como pasó con el Festival de Cine Europeo de Sevilla, una propuesta iniciada desde las altas esferas, más con el firme propósito de demostrar el potencial de la ciudad (muy típico esto de nosotros los sevillanos. Hacemos esas cosas y se acaba con tres estadios de fútbol pero sólo dos equipos) que construir el espacio con su propia mirada que por suerte es ahora.
El Sarajevo Film Festival es más que un espacio consolidado entre la oferta cinematográfica. Es, durante casi dos semanas, un estado mental. Un hogar para quien suscribe. Comenzó como resistencia cultural cuando la ciudad seguía en el punto de mira de la artillería enemiga a mediados de los 90. En la terrible posguerra, el certamen continuó como acto de convivencia mientras encontraba su propio camino, siendo durante un espacio corto de tiempo el evento más importante de una ciudad, y de un país que quiere sacudirse de una vez por todas su pasado más inmediato y se desespera por un presente sin futuro para muchos jóvenes.
Hoy en día, si algo caracteriza al certamen, es una mezcla de la muestra más estimulante del cine de la región del sureste europeo a la vez que nos encontramos ante un fenómeno social para la capital bosnia, sin olvidar que desde hace unos años intenta ser un encuentro de los cineastas de los Balcanes, donde se comienzan a dirimir sus proyectos, se busca financiación y se explora, casi sin querer, un concepto de yugosfera que sienta de maravilla a la cultura. Sí, también uno puede encontrar mucha “pose” y desde la dirección se juega a traer lo más interesante del año junto con cierto famoseo que encanta a parte de su público, que lo mismo disfrutan del cine rumano más experimental en el Teatro Nacional que de un gran cine de consumo y bonito al aire libre.
Pero el Festival, por toda su historia, por el mimo con que el que se dirige, ha adquirido algo que la inmensa mayoría de los certámenes del mundo carecen y buscan desesperadamente; carácter propio. Por eso el de Sarajevo se encuadra en el selecto grupo de muestras que tienen un sabor propio, una razón de ser más allá de lo cinematográfico, donde destaca por ejemplo Sitges. Una parada obligada, a la que yo vuelvo siempre una vez al año desde que hace mucho tiempo pasase por ahí de casualidad y me enamorase.
Sí, hay “pose” y salseo, hay los típicos momentos de desesperación con la organización, la película croata que esperabas con ganas y no tiene subtítulos y un largo etc. que uno encuentra en cualquier parte. No es perfecto. Pero eso significa que aún puede ir a más, a pesar de los problemas económicos que asolan a la zona, de la disminución de días del festival por lo anteriormente comentado o un cierto asqueo en ocasiones con la política, como cuando deciden hacer “desaparecer” de la ciudad a los cientos de perros vagabundos que suelen deambular por las calles a todas horas porque da mala imagen y oye, que vienen guiris aquí y hay que dar buena imagen por mucho que el centro sea la típica ciudad europea abierta y con hambre de fiesta, pero el resto siga teniendo los problemas cotidianos desde que uno recuerda.
Pero se le ama. Siempre te deja buen sabor de boca. Y ver como lo viven muchos de los habitantes de Sarajevo es maravilloso. Qué sí, también hay quien pasa tres pueblos y están un poco hartos de esas cintas dramáticas sobre la guerra que inundan la programación año tras año. Es el cine de la guerra civil española para muchos de los habitantes.
En la programación podemos encontrar una estructura bien definida y que funciona a la perfección. Como suele ocurrir, la Competición Oficial no es ni de lejos el plato fuerte. Por ahí podemos encontrar títulos de estreno del suroeste europeo, una línea poco definida que va de Hungría a Chipre y de Georgia a Croacia con la participación especial de Turquía, muy unida al país balcánico en cuanto a historia y cultura. La calidad varía y resulta un poco lotería asistir a estas proyecciones, aunque siempre se puede confiar en los rumanos y georgianos, a los que se suman los búlgaros, que llevan unos últimos años muy fuertes, o al menos, pisando con ganas por aquí.
Luego está In Focus. Se trata de las obras más laureadas del año de la región explicada más arriba. Sin duda se trata de ir a tiro seguro, con una calidad fuera de toda duda, pero donde queda poco espacio para la sorpresa o lo experimental.
Para ello está Kinoscope. Este espacio presume de vanguardista y de arriesgar en cada fotograma. Ya no encontramos limitación geográfica. Mis sentimientos son encontrados al respecto. Algunas de las mejores obras del festival pasan por aquí, pero también los mayores despropósitos. Aunque sin duda, da sentido a un festival que no quiere quedarse anclado en obras típicas. Para ello hay otros millones de festivales. Los programadores tienen el derecho (o incluso casi el deber) a errar y a equivocarse, de evolucionar y de crear un espacio que siempre está a la busca y captura de las rarezas que de otra manera pasarían desapercibidas. Un festival de cine son muchas cosas, más de allá de un escaparate de cintas.
Hay una sección que suele recibir el maltrato de la crítica (no es la única), especialmente la extranjera, y es el espacio dedicado al cine hecho en Bosnia. La calidad es dispar y uno percibe que en ocasiones a los programadores les cuesta completar la sección. No se suele ver mucha información acerca de las obras, y como el pase de prensa no cubre esta sección, desde fuera apenas se le presta atención. En sus proyecciones escasea el público foráneo, pero eso no quiere decir que no se encuentren obras dignas de atención.
Sarajevo, al igual que otros certámenes, lleva unos año poniendo el foco en el llamado Cine Infantil. Esta disparidad de secciones persigue llegar a todos los públicos sin perder su identidad por el camino. Pero es que es más, esta categoría ha adquirido de forma natural un lugar destacado para los habitantes de la ciudad, al igual que la siguiente que comentaré. Desde cualquier parte del mundo llegan obras para los más pequeños, que asisten de la más tierna infancia (no quería dejar pasar la ocasión de escribir frases hechas que carecen ya de significado alguno) a películas subtituladas. Una sección mucho más importante de lo que parece a primera vista y que los programadores tratan de cuidar y hacer crecer con esmero.
El Open Air es el cine al aire libre, o cuando llueve, en pabellones de las Olimpiadas de invierno de la década de los 80. Obras en su mayoría ligeras, ‹feel good movies›, de cierta relevancia en cuanto al cartel o filmes patrios con nombre. Un auténtico placer asistir al encuentro de miles de personas que tienen en esta sección su cita obligada entre palomitas y refrescos. Nunca se va insatisfecho, películas internacionales de esas que gustan a todo el mundo pero que uno tiene la sensación que se olvidan más rápido que en esperar a las interminables colas para entrar a disfrutarlas.
Los Documentales a Competición es de las últimas grandes secciones que vertebran para los espectadores y la crítica el panorama del festival. También llegados de cualquier parte del mundo, se suele buscar un equilibro entre la experimentación y el documental más al uso.
Luego tenemos la Sección de Cortos, o las películas de Escuelas de Cine, dedicados más a expandir al festival y complementar con la otra cara más oculta de la muestra.
Y es que también encontramos espacios y encuentros donde se dirimen los futuros proyectos, con charlas y ayuda a la financiación donde los cineastas tienen el espacio apropiado para conocerse y luchar por sus proyectos. Donde muchas veces se acaba en la parte ociosa del festival.
Sí. El Sarajevo Film festival tiene también otra cara, la de las fiestas hasta las tantas, tanto para el sector de la industria como otros espacios habilitados para cualquier hijo de vecino. No es difícil encontrar a turistas que desconocían la existencia del certamen junto con estrellas cinematográficas consagradas.
A esto hay que sumarle las pequeñas secciones de las Proyecciones Especiales, Mirada al pasado, El día de los derechos humanos o la típica del tributo, muy dejadas de pasada por gran parte de la cinematografía, pero donde el Fesival se siente más a gusto impregnando su carácter y reforzando su forma de ser.
Todas estas secciones, sus fiestas, los encuentros con los cineastas o los cursos en búsqueda de financiación conviven mientras la ciudad se deleita en la alfombra roja o viendo lo último del cine georgiano. Un rompecabezas que da forma durante menos de 10 días (cada vez menos días) a una experiencia, un hogar para los amantes del cine.
Un estado mental, que pasada la resaca, se olvida lentamente dejando a la ciudad en sus problemas cotidianos que me hacen sufrir desde la distancia. Un Festival, ya para resumir, que tiene el mismo carácter bipolar de la sociedad donde habita, donde el entusiasmo desorbitado choca con una situación política, social o económica agobiante.
Un Festival y una ciudad que amo.