Carol puede verse como el cierre de un pequeño ciclo cinematográfico iniciado por Sufragistas y continuado por La chica danesa, tres películas interesadas en observar el caso femenino desde distintos puntos de vista: Sufragistas nos habla del género, entendido como una condición social claramente preestablecida y básicamente destinada a coartar derechos y libertades. Por su parte, La chica danesa aborda el tema desde un punto de vista no tan genérico como sexual, es decir, la feminidad observada a partir del prisma del aparato reproductor femenino. Por último, Carol viene a cerrar esta trilogía en un trabajo que se concentra en la orientación sexual, y que en cierto modo aúna las dos temáticas anteriores: la historia de dos personas cuya condición genérica convierte en esclavas de una sociedad falocéntrica, situación que hace doblemente difícil la abierta manifestación de sus tendencias sexuales, socialmente mal vistas y legalmente penalizadas.
Pero el carácter transgresor de estos tres productos va más allá del mensaje que puedan contener. Se trata de algo palpable en el entorno que los rodea, así como en el modo con que este los trata. A mi entender (y más allá del hecho evidente de abordar el caso femenino) dichas películas comparten tres características muy reveladoras. La primera es que todas surgen de productoras independientes. La segunda es que ninguna de ellas ha logrado ser nominada a mejor película ni dirección en los premios de la academia. Y la tercera es que, con todo lo dicho, las tres están por encima de la media de buena parte del cine que acostumbramos a ver. En resumen, hablamos de tres películas de factura impecable e intenciones indudablemente humanitarias, que no sólo se ven obligadas a nacer al margen de la industria sino que, una vez materializadas, siguen siendo desplazadas. Lo que intento decir es que, si bien dichos productos han sido distribuidos en salas comerciales y promocionados de forma notable, a la hora de la verdad sigue apreciándose cierta reticencia a la hora de tratarlas como productos comerciales.
Algo que hasta cierto punto podría entenderse en los casos de Sufragistas y La chica Danesa (la primera, por contar con una dirección no del todo perfecta, y la segunda, por no cumplir con todos los requisitos convencionales que se esperan encontrar en un producto “oscarizable”) pero desde luego no en el caso de Carol. Porque la nueva película de de Todd Haynes es, simple y llanamente, perfecta. Más allá de los aspectos técnicos, toda ella fluye en una magnífica mezcla entre narrativa manierista y realismo distante. De hecho, todos los dispositivos que puedan esperarse de un producto comercial están ahí: la banda sonora que uno tararea al salir del visionado, la perfeccionista planificación que hace de la película una experiencia fácil y placentera, los diálogos diseñados para que luzcan frases trascendentales sin perder frescura ni credibilidad, la cuidada dirección de actores que logra el equilibrio perfecto entre lucimiento y transparencia… Es decir, lo que Todd Haynes nos presenta no es otra cosa que la confluencia perfecta de todos los elementos que caracterizan a un producto comercial de primera categoría.
Con la única diferencia, claro está, de que esta vez estamos ante una historia de amor que no responde a la manida fórmula “chico conoce a chica”. Pero si bien este hecho conduce la película a una obligada incursión en el terreno de la denuncia social, no le impide contar con todos los elementos que suelen caracterizarla al género romántico. Porqué más allá de su condición transgresora, Carol es, por encima de todo, esto: una preciosa historia de amor. Y ahí reside buena parte de su belleza: en el hecho de que Todd Haynes (como ya hiciera con la también magnífica -aunque no tan brillante- Lejos del Cielo) se sirva de un estilo tan clásico para construir una de las piezas más rompedoras y progresistas que hayamos visto en los últimos años. Por eso resulta muy sintomático que incluso en tales circunstancias una película de tan indiscutible belleza no sea entendida como lo que es: una excelente historia de amor merecedora de múltiples galardones y destinada a todos los públicos.
Y ello nos demuestra que si películas como Sufragistas o La chica danesa son desplazadas por la academia no se debe a las carencias de las mismas, sino a que esta sociedad opresiva y falocéntrica que dichos productos nos describen está lejos de haber desaparecido. Algo que da a Carol un doble valor: no solo es una película preciosa, sino también un valioso instrumento reivindicativo.