Confieso que tenía bastante miedo al enfrentarme a esta Carne de Perro de Fernando Guzzoni. Había leído comentarios bastante malos sobre ella: que si era la película más aburrida de los últimos años, que si era un delirio, que era ininteligible y un brindis al tedio. El hecho de que ganara el premio a la Mejor película en la sección nuevos directores del Festival de San Sebastián parecía que no iba a ser crédito suficiente para convencerme de que no iba a tragarme un tostón infumable.
Sin embargo al finalizar la película me llevé una grata sorpresa. Las malas críticas que había oído no se ajustaban a la realidad. Nos encontramos ante una cinta dura que está hermanada con las cintas latinoamericanas que se han programado en el Atlántida Film Fest 2013. Cuenta con gran realismo y cámara en mano la vida en horas muy bajas de un ex-torturador de la dictadura chilena. Los planos con cámara al hombro en movimiento de espaldas a los actores me recordaron la técnica utilizada en La Playa D.C., Sonidos de barrio, Después de Lucía o Post Tenebras Lux. El nuevo cine realista latino presenta bastantes vasos comunicantes.
Carne de perro empieza con el sonido como principal referente: el agua fluyendo del grifo del cuarto de baño y los jadeos agonizantes del protagonista (Alejandro) que parece asfixiarse por falta de oxígeno. Seguidamente observamos como tras recibir una llamada en el móvil Alejandro se turba y acaba desplegando en el techo de su casa un par de banderas chilenas que guardaba debajo de su cama. Descubriremos que la llamada le avisaba de la muerte por suicidio de un antiguo compañero torturador en la dictadura chilena. Los silencios y sonidos ambientales triunfan sobre los escasos diálogos que establece el poco hablador protagonista.
La cámara acompañará a Alejandro a sus salidas a la piscina, sus duchas relajantes, sus citas con el médico el cual le diagnostica que padece crisis de ansiedad, sus paseos nocturnos y sus visitas al taller donde espera retirar un coche averiado para poder desarrollar su trabajo como taxista. Este es un punto clave de la película. El hecho de que su herramienta de trabajo esté dañada provoca que no pueda concentrarse en el trabajo, único medio de elusión de su aislamiento, consecuencia de lo cual se le avivan los ataques de ansiedad. El naturalismo y ausencia de maquillaje se plasma en la escena de la reunión de ex-militares chilenos a la que Alejandro asiste para pedir ayuda médica. En una escena sin cortes y en primer plano, Alejandro y el líder de la asociación conversan y éste le comenta que no pueden ayudarle achacando que sólo va puntualmente a las reuniones. La planificación de la escena se compone de un lenguaje coloquial dibujando una conversación de la vida real. Alejandro es un individuo excluido y apartado de la sociedad tanto por su familia, de la que se encuentra distanciado, como por sus compañeros.
En una de sus salidas nocturnas Alejandro conoce una joven prostituta, única persona con la que establece comunicación personal. Desquiciado por su soledad Alejandro golpea a su perro causándole una herida cuya infección avanza inexorablemente a pesar de los posteriores cuidados de Alejando. Metáfora ésta de la evolución de la vida del protagonista. La dolencia acabará provocando la muerte del amigo fiel y hastiado Alejandro visitará a su ex-mujer en una fábrica de costura para intentar convencerla de que vuelvan a su lado ella y su hija, pero acabarán discutiendo ferozmente. Cuando parece que su existencia no tiene solución, Alejandro va a la playa para purgar sus pecados y comenzar una nueva vida limpia de su pasado.
Las principales virtudes de la película se basan en su carácter de extremo realismo que hace que nos sintamos espías de la vida de Alejandro, un ex-torturador a punto de explotar por el tedio y el abandono social que no encuentra el oxígeno suficiente para subsistir ante la falta de auxilio de su familia y amigos, o mejor dicho, ex-familia y ex-amigos. La crudeza con la que Guzzoni describe la reclusión de Alejandro duele y provoca una sensación de desasosiego que se incrementa conforme avanza la narración. Ni siquiera las escenas relajantes de Alejandro nadando en la piscina o recibiendo el agua reparadora de una ducha consiguen despejar la sensación de opresión que impregna la película.
En el debe del film podemos reseñar su estilo tedioso con ausencias de diálogos y ritmo poco dinámico que puede espantar a los aficionados poco acostumbrados a visualizar cine contemplativo. Sin embargo este talante silencioso y sobrio le viene muy bien a la película al representar la destrucción física y psíquica que va sufriendo el protagonista conforme avanza la trama.
Película de alta complejidad narrativa por el hecho de carecer prácticamente de personajes secundarios que apoyen con diálogos el relato, la cinta se sustenta en una portentosa interpretación del actor principal, Alejandro Goic, y en una poderosa puesta en escena hiperrealista que describe a la perfección las relaciones impersonales que se establecen entre los distintos personajes. Impersonalidad que se manifiesta con excelencia por el hecho de que la única comunicación que establece el protagonista son los monólogos que Alejandro graba en una cinta magnetofónica dirigida a su mujer e hija. Protagonista que camina en la cuerda floja de la incomunicación y desamparo y cuya vida necesita un cambio radical para poder abandonar el confinamiento que le persigue. Un chucho feo y desaliñado que trata de encontrar un dueño en las junglas deshumanizadas en que se han convertido las grandes urbes modernas.
Todo modo de amor al cine.
Lo mejor: la fotografía y la actuación de Alejandro Goic, en el papel de un hombre atormentado. El hecho de que el protagonista fue un torturador de la dictadura habría quedado más claro si aparecieran escenas que dejaran entrever su pasado. Hay hilos y personajes subutilizados, como el rollo familiar y su ex mujer (Amparo Noguera). Es un film claustrofóbico, algo que funciona, no así en gran parte el guión.