Ayer, justo antes de la proyección de Visages villages en el BCN Film Fest, se pasó un breve vídeo donde Agnès Varda presentaba la película y se disculpaba por no poder venir a Barcelona. Sorprende la humildad y sinceridad con la que se expresa Varda, una mujer de noventa años de edad y una filmografía que comprende más de cincuenta títulos a lo largo de siete décadas.
Visages Villages, co-realizado con el fotógrafo y artista francés JR, es un documental único, abierto y vital, una auténtica carta de amor al Arte sin ataduras. En él, Varda se homenajea a sí misma y a sus propias vivencias como cineasta, aportando la voz de una artista siempre comprometida e innovadora ya desde que en 1962 sorprendiera al planeta fílmico con Cléo de 5 a 7.
El documental tiene la estructura de una ‹road movie› en la que JR y Agnès Varda recorren la Francia rural con una furgoneta-fotomatón que permite a los habitantes de los distintos pueblos realizarse retratos a gran escala e imprimir copias de ellos al instante. JR se encarga entonces de pegar algunos de estos ‹collages photographiques› sobre diferentes superficies, con un objetivo estético y lúdico, pero también como un acto de resistencia que busca ligar cada entorno a los rostros de las personas que lo habitan.
La naturalidad con la que los dos artistas trabajan juntos, el respeto mutuo y el choque creativo que se produce cuando hablan no sólo de arte, sino de cualquier elemento de la vida, convierten Visages Villages en un raro diamante, una obra libre y alejada de cualquier pretenciosidad. No se trata de una película que repase la obra de dos artistas, sino más bien la puesta en escena de una colaboración, de un dúo en que los dos participan al 50%.
Hay que destacar de este documental su valor pedagógico además de artístico, pues tanto JR como Varda acercan el arte allí donde es menos visible: en los pueblos, en las comunidades mineras o en entornos de clase obrera como el puerto de Le Havre. Los cuerpos de papel enganchados a muros, contenedores o graneros ponen en valor los rostros humanos ante la despersonalización de los modos de vida modernos, al tiempo que crean comunidades orgullosas de sí mismas.
Al final de la Visages Villages se produce uno de sus momentos más emotivos, cuando ambos artistas se suben a un tren con rumbo a la casa de Jean-Luc Godard en Suiza. Fascina ver el sentimiento de ilusión y recelo en los ojos de Agnès Varda ante la cita con su viejo amigo y colaborador, cuya mítica escena del Louvre es homenajeada con gran sentido humor en el documental. Cuando JR y Varda llegan a la casa de Godard, este no les recibe, dejando tan solo una críptica nota escrita en la puerta. La escena, aunque triste, permite reflexionar sobre los diferentes perfiles de artistas que existen; uno, Godard, encerrado en su atalaya, solitario y visionario. La otra, Varda, abierta al mundo y optimista, con un compromiso que no rehúye la vitalidad. Ambos, cada uno a su manera, son patrimonio vivo del cine y parte esencial de su(s) historia(s).
Deliciosa película. Tierna y conmovedora.