Si en la recientemente aclamada Riddle of Fire de Weston Razooli el tono fabulador de la propuesta se extendía desde la mirada de tres infantes, concediendo de ese modo una ingenuidad propia de esa etapa vital, en Camping du lac, debut en el largo de ficción de la cineasta y actriz (para la ocasión) belga Éléonore Saintagnan, esa capacidad queda recogida a través de los parajes, gestos casi cotidianos e incluso relaciones que se establecen en un camping al que la protagonista irá a parar casualmente: en mitad de un viaje, su coche se averiará quedando varada en un pequeño pueblo de la Bretaña francesa donde, mientras espera que llegue una pieza de recambio al taller para poder continuar su trayecto, será trasladada a un camping en cuyo lago vive una legendaria bestia cuyo relato será percibido por Éléonore —personaje interpretado por la propia realizadora que tomará su propio nombre en gesto de autoconciencia— en una charla del párroco durante una de las congregaciones que tienen sitio en la iglesia del lugar: un pequeño cuento protagonizado por un santo, Corentin de Quimper, dará forma a cómo surgió esa bestia cuya presencia parece converger con la quietud que mana del rincón al que irá parar Éléonore.
En Camping du lac todo transita bajo una aparente tranquilidad que precisamente se sustrae de cada pequeño recoveco de esa comunidad. Saintagnan compone un microcosmos en el que la presencia de ese extraño ser que regenta el lago apenas interfiere más allá de diálogos aislados y momentos desde los que dotar de una cierta corporeidad al relato que en realidad ni busca ni posee: y es que si algo parece permanecer en Camping du lac es una libertad, una falta de límites que no es muy común encontrar, y que la cineasta retrata mediante una narrativa errante, que si bien sostiene puntos desde los que dar forma a la crónica sobre esa bestia que nadie ha visto (muy a la manera de la leyenda que gira en torno al Monstruo del lago Ness), es consciente de estar reproduciendo en todo momento aquello que se podría denominar prácticamente un no-estado, un no-lugar donde Éléonore se asienta y se va enraizando casi sin darse cuenta, pasando los días y esperando una reparación que nunca parece llegar y que la sostiene allí, pero que la lleva de un lado a otro, entre una pintoresca galería de personajes que se alejan de cualquier tiempo, que no buscan un espacio concreto y se manifiestan sin ambages.
Una voz en off sinuosa, conducida por la propia realizadora belga, es la encargada de dar paso a un hilo que contiene pequeñas reflexiones que conectan su pasado con el lugar y que divagan sobre la dimensión de ese camping y sus habitantes. No obstante, la mirada del personaje (y, por ende, cineasta) actúa como un agente neutro, externo, que apenas intercede en la vida y rutina esas gentes, y que permanece como un observador más; y es que siendo evidente su presencia, Saintagnan dibuja tras las cámaras ese tono de fábula casi atemporal que encuadra el relato, ayudándose por una fotografía que en ocasiones marca ese carácter ilusorio y, en especial, por una banda sonora compuesta por sonidos electrónicos encargada de matizar algunas de las secuencias más extravagantes del film. Puede que de trazo un tanto discontinuo, incluso las veces algo desnortado, quizá fruto de la presencia de ese camping y sus habitantes, Camping du lac compone uno de esos universos donde quedarse, glosando así una extraordinariedad que va más allá del fantástico y cuantas leyendas puedan surgir de su propia esencia.
Larga vida a la nueva carne.