Lo que en principio pintaba como esa clásica película europea sobre la prostitución con niñas de por medio (No se está en un festival de cine europeo sin una o dos producciones de este tipo. Cuánto daño ha hecho la estupenda Yo, Cristina F) dispuesto a remover conciencias de manera harto simple acaba siendo gracias al libreto y al director sueco Mikael Marcimain un thriller político.
Iris es una chavalita de 14 años que va a parar con sus huesos a un centro de acogida. Por las noches ella y sus amigas se escapan a la ciudad a pasarlo bien. La cosa acaba más o menos con un entramado de prostitución que llega hasta la presidencia del país. Lo que se nos muestra es una clase dirigente perversa y amoral, justamente en el momento de los mayores progresos sociales y en pro de la igualdad impulsados por ese gobierno sueco que también tuvo más de un desmadre. Un gobierno que ofrecía la liberación de la mujer como algunos de los avances en su programa pero que luego mostraba un apetito insaciable sobre ellas. Lo interesante era que no se trataba tanto de una hipocresía, sino más bien dos caras de una misma moneda; era el gobierno más liberal de Europa dispuesto a ofrecer mejores condiciones para las mujeres, pero a la vez estaba dirigido por más de un monstruo.
Desgraciadamente el guión no profundiza en este marcado contraste y se limita de pasada a realzar los desmadres de ese gobierno, con cambio del código penal incluido para permitir las relaciones sexuales entre chicas de 15 años y adultos, para consternar más al espectador, perdiendo aún así en reflexión.
La historia toma un camino totalmente diferente cuando se cambia de punto de vista y pasamos de la trama de Iris y sus tonteos con la prostitución de lujo mientras es una marioneta manipulada y llevada al exceso con promesas, sonrisas, drogas y alcohol, a una trama policíaca con un honrado policía dispuesto a descubrir la verdad poco antes de las elecciones presidenciales del país. La cosa cambia para mejor y uno comprende que toda la primera parte servía tanto para poner sobre aviso de lo acontecido como para profundizar en la historia de Iris y no perder el factor humano de lo que se quiere contar. Porque lo se quiere contar y queda de manifiesto en esta segunda parte de la cinta son los mecanismos del poder.
Un poder que emana del pueblo para pervertirse y donde su sombra llega a todos los rincones de la sociedad, y que usa los mecanismos puestos a su alcance para perpetuarse. Todos están comprados y la lucha resulta cuanto menos irrisoria. El poder judicial, parlamentario o policial son meros títeres, como Iris. Pero mientras ella es manipulada contra su voluntad, los organismos mencionados participan divertidos en el juego.
Uno sale de la cinta sabiendo la verdad, vivimos en una democracia que de vez en cuando se puede dar el lujo de ser una Democracia casi plena, pero cuando se siente amenazada, es capaz de utilizar todos los mecanismos que deberían sustentar otros logros para mantenerse en el poder.
Al final, y de manera consciente, no hay mucha diferencia entre el poder gubernamental y unos sicarios cualquiera de la mafia.
Sólo queda prenderle fuego al parlamento y comenzar de nuevo.
En resumen, la cosa va de prostitución. Pero no precisamente de las chicas que se desnudan a lo largo del filme.