En otras ediciones nos referíamos al Americana Film Festival como un evento particularmente alegre y esperado porque, de alguna manera, con su programación nos traía un soplo de aire fresco que nos remitía climatológicamente al advenimiento de la primavera. En esta ocasión, sin embargo, el Americana parece más un islote, un oasis en medio de un océano de malas noticias: calor infernal que grita que el cambio climático está aquí, el Coronavirus como amenaza global y Donald Trump en modo ‹homo paletensis› clamando contra Parásitos. Así que, una vez más, el Americana aparece como tabla de salvación, como evento donde olvidar todo ese entorno cada vez más complicado y, cómo no, disfrutar de buen cine independiente.
Y es que más allá de las sensaciones e impresiones propias lo que está claro es que la apuesta de este año del Americana no solo consolida sus habituales secciones, sino que, con buen criterio, añade al concepto un cine que va más allá de meramente estadounidense pero que es tan americano como aquel y por tanto necesario para tener un panorama global de la cinematografía independiente americana.
Además, especialmente en lo que a su sección documental se refiere, se nos ofrece un interesante viaje en el tiempo, una mirada atrás que permite ver, desgraciadamente, como temas como el racismo (por citar uno) en películas como 17 Blocks o Hoop Dreams.
Pero, quizás el plato fuerte que se nos reserva está en la programación de los nuevos trabajos de directores tan dispares pero tan interesantes como Harmony Korine, Abel Ferrara, Kevin Smith o Xavier Dolan, por citar algunos de los más importantes. Todo ello con una transversalidad genérica que nos mueve desde el fantástico hasta la comedia loca pasando por un cine más arriesgado en lo formal o más reivindicativo en su crítica social.
En definitiva, esta edición del Americana apuesta por una línea continuista en secciones, amplía el foco geográfico de las producciones e intenta ser más multitemática y transgenérica en su programación, contando además con la fortuna de poder ofrecer los trabajos anteriormente citados de grandes de la cinematografía independiente. Un hecho que, aunque juega a favor del festival no deja de ser preocupante, pues nos habla del deficiente estado de la distribución y el escaso riesgo que se toma en potenciar cinematografías alternativas aun contando con nombres potentes detrás.
Sea como fuere, Cine Maldito vuelve al Americana (o el Americana vuelve a Cine Maldito) con las habituales ganas de disfrutar de buen cine, con altas expectativas y con la certeza de que el Americana ya es, por organización, convocatoria y resultados, una de las citas imprescindibles del circuito anual de festivales.