En la segunda película del francés Rémi Chayé, gran triunfadora en Annecy el año pasado, puede verse como una clara continuidad de la estética y los temas que estaban ya presentes en su debut. Como en El techo del mundo, la obra que nos ocupa se centra en una joven que desafía la autoridad de las normas y costumbres que le rodean y busca emanciparse a través de una aventura. En esta ocasión, la protagonista es Martha Jane Cannary-Burke, quien más tarde adoptaría el sobrenombre de Calamity Jane. Basada en el personaje real del mismo nombre, la obra es una adaptación bastante libre de su biografía que se centra en su lucha por superar el ambiente represivo que le rodea.
Con un tono marcadamente feminista y reivindicativo como en su obra anterior, Calamity empatiza con Jane en sus intentos de obtener libertades y adquirir responsabilidades restringidas a los hombres, y de demostrar una valía lastrada por la falta de experiencia y oportunidades. Su enemistad con Ethan, el hijo del severo y conservador líder del convoy del que ella y su familia forman parte, le granjea muchos problemas acrecentados por la debilidad de su propio padre, a quien se debe por completo a pesar de sus intentos por llevar las riendas de su familia. Jane, una chica que busca la proactividad en todo momento, se encuentra siempre con miradas de desaprobación, con indignación y en último término con la imposibilidad de expresarse como quiere. Sus pequeños gestos rebeldes, como cortarse el pelo, llevar pantalones o tratar de asumir responsabilidades que no le pertenecen, se encuentran con una gran oposición, si no impositiva, sí sumamente despreciativa.
Cuando finalmente la oportunidad de una aventura se presenta es, en un alarde de ironía dramática para un personaje con tantos deseos de emancipación, a partir de su punto más bajo. Acusada de cómplice de un robo, capturada y con su familia dándole la espalda, escapa y emprende un viaje para encontrar al verdadero ladrón, recuperar los objetos robados y demostrar su inocencia. De este modo, la película asocia esa sensación de liberación a, precisamente, asumir la carga de responsabilidad por limpiar su propio nombre, y realmente logra transmitirla: el momento en que huye se siente como un respiro, poniendo todavía más énfasis en que era el ambiente represivo del convoy lo que ahogaba a Jane y que esta situación de crisis es para ella un momento en esencia transformativo, un punto y aparte en su vida que le permite tomar las riendas.
Lo que sigue es un camino difícil y lleno de peligros a los que deberá sobreponerse para finalmente demostrar su valía frente a los suyos y poder volver con ellos. Llama la atención particularmente que, en pura consonancia con el ambiente del convoy, sea precisamente una autoridad masculina quien se convierte en su mayor antagonista. Al fin y al cabo, incluso en esta aventura donde puede considerarse libre, ella se sigue rebelando y sigue viéndose obligada a enfrentarse a las jerarquías estrictas del sistema.
Chayé ya tiene experiencia con este tipo de narrativa, que a grandes rasgos viene a suponer la misma pauta que El techo del mundo aplicada al lejano Oeste, por lo que la comparación entre ambas es inevitable. Y creo que en este sentido Calamity pierde un poco porque peca de un ritmo y de unas resoluciones más convencionales, a los que hay que añadir unos escenarios mucho más manidos en la ficción. El resultado sigue siendo bueno y, en términos de lo que quiere lograr, impecable; pero en mi opinión no alcanza la capacidad de evocación lírica y emocional de aquella, conformándose con un tono más cercano a la acción y aventura prototípicas que al tono pausado y existencial de la lucha por la supervivencia de su predecesora.
A nivel estético también encontramos bastante continuidad, lo cual es una excelente noticia. El estilo del autor, de coloreados y sombreados sencillos y contundentes, es una maravilla que logra sacar el máximo partido a su expresión visual, viéndose además lo suficientemente distintivo en todo momento y haciendo de esta película otro logro muy reconocible de su personal enfoque artístico y que combina particularmente bien con los grandes y pictóricos escenarios del lejano Oeste.
Calamity tal vez no me haya emocionado con la autenticidad y la fuerza de la anterior obra del autor, pero eso no quita que nos encontremos ante una animación de gran calidad, fácil de reconocer y que logra explotar a su manera el potencial estético del medio. Al servicio de una historia que puede que pierda fuelle una vez comienza la aventura en sí, pero que se mantiene en todo caso divertida, sólida y con un atractivo derivado del carisma natural de su protagonista y del ingenio de sus mecanismos narrativos que logra que la atención nunca se distraiga.