Bodil Ipsen fue una de las pioneras del séptimo arte en el sentido de desatar esas mordazas impuestas por los convencionalismos laborales que trataban de acotar el trabajo femenino a un ámbito alejado de todo entorno viril. Puesto que Ipsen fue una de las primeras directoras en pasar de dimes y diretes apostando pues por el cine que más la atraía: el noir de talante hardboiled. Ipsen comenzó su carrera en el mundo artístico en las tablas de los principales teatros daneses. Su poderoso carácter en escena llamó súbitamente la atención de los directores y productores de Dinamarca, convirtiéndose en pocos años en una de las más aclamadas damas del teatro nórdico actuando no solo en su Dinamarca natal, sino que igualmente tocando con sumo tino y acierto plazas suecas y noruegas. A principios de los años veinte, ya bautizada como una luminaria, Ipsen debutó en el cine participando en una serie de comedias y operetas destinadas al puro entretenimiento.
A pesar que su carrera como actriz se movió por derroteros adscritos a la comedia sofisticada y el melodrama pasional, Ipsen se confesaba enamorada del cine de gangsters y detectives cincelado en el Hollywood clásico. De este modo en 1942 la danesa debutó en la dirección con una película muy negra, en colaboración con su inseparable Lau Lauritzen Jr.: Afsporet. La misma es considerada la primera película de cine negro de la historia del cine danés. Su debut no dejó a nadie indiferente. A partir de una historia emparentada con el melodrama clásico y empleando técnicas de vanguardia como unos vigorosos flash-back que permitían jugar en términos narrativos con el espacio y el tiempo, Afsporet transgredía lo políticamente correcto para apostar por una trama donde el erotismo, las relaciones enfermizas y el crimen pasional repartían juego en un entorno malsano que se desligaba del noir americano gracias a una puesta en escena muy teatral que por contra no impedía lanzar esos fogonazos de puro cine que solo se pueden encontrar en las líneas que delimitan el cine negro clásico.
Siguiendo la línea del thriller transgresor y urbano, la autora nórdica dirigió años después uno de los clásicos imperecederos del noir danés: Mordets Melodi, quizás la obra maestra de una directora que supo tejer un universo propio en un género más que trillado en la década de los cuarenta. A mediados de los cuarenta, el dúo Ipsen-Lauritzen se alzó con el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes con la cinta La tierra será roja, un thriller bélico que daba voz a la resistencia danesa durante la ocupación nazi que a pesar de lo vigoroso de su puesta en escena se cuenta como una de las obras que peor ha envejecido de este tándem de oro del cine clásico danés.
Así, a principios de los años cincuenta Ipsen-Lauritzen forjaron una de sus obras más personales y extrañas, adscrita al subgénero del cine de alcoholismo, pero dotada igualmente de ese talante negro y demoledor que humedeció la personalidad de autor de unos cineastas interesados en reflejar los aspectos más ocultos presentes en la condición humana. En este sentido, Café Paradis emerge como un drama con claras pretensiones de denuncia social que a pesar de su renuncia al noir de trincheras no abandonará ciertos tics propios del cine de detectives y asesinatos. Un primer ingrediente noir será su carta de presentación con esa voz en off que anunciará al espectador la localización espacial y temporal de la epopeya. El estimulante arranque que contiene la cinta, incluirá una serie de imágenes documentales de las calles plagadas de viandantes de una ciudad de Copenhague inundada por seres sin rostro y vehículos alienantes que alimentan con sus inhumanos semblantes el ambiente industrial y de progreso descontrolado de esa Dinamarca posbélica.
Acto seguido, Ipsen sazonará su obra con otro tic noir: la aparición del cuerpo de un desconocido en la cuneta de una carretera localizado por dos mujeres que viajaban en bicicleta. Ello iniciará una investigación policial con el fin de averiguar quien se escondía tras el cuerpo inerte hallado, siendo la primera pista el estado de dependencia etílica que albergaba el fallecido, consecuencia de su muerte. Ello conducirá a los investigadores al bar donde se reúnen habitualmente los borrachos de la ciudad: el Café Paradis. Una vez allí, la camarera del establecimiento comenzará a narrar a los oficiales de policía la historia de dos hombres separados por su distinto linaje social, pero vinculados por su amor a la botella.
De este modo la película tomará los derroteros de un flash-back que narrará la historia del ex-convicto Carlo Jensen, un joven que acudirá a una fábrica de zapatos a solicitar un empleo tras haber abandonado la prisión. Así Carlo conocerá al director delegado de la fábrica, el pelota e inseguro Christian Birger. Birger ofrecerá la oportunidad de comenzar de nuevo a su interlocutor al ofrecerle un puesto de operario de fábrica pese a los antecedentes que preceden al joven. A partir de este momento la cinta discurrirá por una doble vertiente que viajará como una especie de historia en paralelo mostrando en primer lugar las dificultades familiares a las que se enfrentará Carlo tras arribar a su casa habitada por su débil esposa y su caprichosa y absorbente cuñada, la cual tratará que su hermana dé la espalda a su marido al ver amenazada su pacífica estancia en el hogar de su cuñado.
Por otro lado seremos testigos de la epopeya sufrida por el delegado de fábrica Christian Birger. Un personaje que tras su fachada de bienestar y abundancia esconderá a un ser inseguro, totalmente consumido por las ansias de riqueza y ascenso social de su ambiciosa esposa, que disfrazará sus vacilaciones en un atuendo aparente que acarreará un alto coste a su dignidad personal debido a las humillaciones, peloteo y acciones más propias del lameculos más infecto que se verá obligado a perpetrar a mayor gloria de su codiciosa cónyuge.
Ambos personajes deberán sortear toda una serie de obstáculos comunes que dificultarán su fortuna. Por un lado Carlo, un antiguo adicto al alcohol, tratará de esquivar la tentación etílica a pesar de los envites de sus antiguos compañeros que le tildarán de cobarde por no aceptar sus invitaciones. En su trayecto, únicamente contará con el apoyo de un fiel amigo que igualmente ha desertado de la vida frívola e indolente. Por contra, Carlo será repudiado por unos colegas de trabajo que observan con preocupación la excesiva eficiencia laboral con la que Carlo acude a trabajar cada día a la fábrica, así como los continuos ataques de su cuñada. Hechos que terminarán conduciendo a Carlo a retornar a los brazos del alcohol. Punto que inducirá su ruina moral y laboral tras ser despedido por Birger al desenmascarar éste el retorno al mundo de las borracheras del joven operario zapatero.
Pero el firmante del finiquito de Carlo no se librará de su destino cruel. Así, Birger se perderá igualmente entre el alcohol y noches en bares de mala muerte a causa de su adicción estimulada por las fiestas a las que debe acudir por su cargo de relaciones públicas en la fábrica de zapatos. Pero dicha querencia también será un medio de evasión de su triste deambular por una vida en la que se haya atrapado en un matrimonio sin amor gobernado por una esposa que únicamente anhela alcanzar sus objetivos sociales. De este modo, Birger vomitará toda su bilis en una fiesta con sus superiores a la que acudirá absolutamente borracho y deseoso de soltar todas las verdades que el protocolo y los convencionalismos le han impedido manifestar. Consecuencia de este acto de liberación, Birger será despedido, cayendo en desgracia al ser abandonado por su esposa y siendo obligado pues a acudir a casa de su madre para evitar su destino directo a la indigencia. Y es que Birger será a partir de este momento un habitante habitual de tascas de mala muerte que ofrecen alcohol de garrafón a sus clientes a cambio del olvido de las desdichas y desventuras que una sociedad falsa, mercantilista y cruel impone a sus habitantes más débiles.
Ipsen construyó Café Paradis como una especie de parábola social que demostraba que dos hombres de distinta procedencia social podían caer en las garras de la desesperación y la desdicha ante la falta de solidaridad, humanismo y decencia de una sociedad carente de todo símbolo de decoro y dignidad. De este modo, Ipsen dotó a su obra de un fatalismo demoledor, otorgando a los designios del destino el principal protagonismo de la fábula tejida. Y es que Café Paradis bebe de ese cine de episodios tan popular en los años cuarenta y cincuenta, pero de un modo muy innovador, dejando que ambos capítulos fluyan en paralelo, sin tocarse pero con innumerables puntos en común, confiriendo pues cierta sensación en el espectador de estar observando la misma historia protagonizada por rostros y ambientes divergentes en su forma pero totalmente convergentes en su fondo.
Café Paradis es una de las películas más sugerentes, tristes e inteligentes del cine danés clásico. A su magnífica propuesta narrativa hay que unir la perfecta puesta en escena ideada por Ipsen y Lauritzen. Ambos optaron por partir de los dogmas del noir clásico para derrotar finalmente en un drama social de contundentes e inspiradores resultados. Y es que este sorprendente film cuenta con un ritmo trepidante, unas interpretaciones más que correctas de inspiración teatral y un montaje vanguardista donde la cámara se moverá con acierto por los reducidos y opresores espacios que sirven de escenario al film, incluyendo una magnífica secuencia de fundidos y sobre-impresiones que adoptarán la figura de un sueño etílico del desesperado Birger. Sin duda otra escena de inspiración noir que bautiza Café Paradis como una sugerente propuesta de imprescindible visionado para los amantes del cine clásico.
Todo modo de amor al cine.
donde se puede ver?