Al acabar la Segunda Guerra Mundial, un grupo de judíos supervivientes del Holocausto y residentes en Berlín trama una sesuda venganza contra los familiares de combatientes nazis muertos en el conflicto. David Bermann, antiguo comerciante de ropa de cama y otros utensilios textiles, ofrecerá los tejidos a un precio mucho mayor que el de mercado y los intentará vender tirando de picardía y aprovechándose del sentimiento de culpa que la mayor parte de la ciudadanía germana tiene respecto al pueblo hebreo. El problema, además del propio riesgo de la operación, es que Bermann deberá responder ante las autoridades estadounidenses presentes en la ciudad alemana acerca de algo que sucedió durante la guerra en su campo de concentración…
El espíritu cómico se deja notar en Bye Bye Germany (Es war einmal in Deutschland…) desde su propia sinopsis. Sam Garbarski, cineasta germano-belga, intenta esbozar un gracioso plan sin aparente temor a herir sensibilidades. Apenas trata de subrayar las penurias que el pueblo judío atravesó durante los largos años de persecución, una historia largamente conocida y que, a acertado juicio del director, no era necesario repetir en el film. El inicio de la obra deja bien clara esta intención, con unas escenas que acuden directamente al planteamiento de la película, cuando Bermann reúne al que será su grupo de trabajo.
Bye Bye Germany sitúa, por tanto, a una troupe bastante peculiar y compuesta de hombres con personalidades distantes, pero unidas por los tristes lazos del pasado reciente. El líder de todos ellos, Bermann, es un tipo que aparenta poseer aires de donjuán y que recurre al empleo de los chistes con una facilidad y naturalidad bastante impresionables, como se descubrirá al avanzar la cinta. Unos chascarrillos que, sin embargo, no llegan en toda su magnitud a los que estamos al otro lado de la pantalla. Quizá aquí es donde más se note esa distancia entre una película cómico-satírica como la que Garbarski aquí conforma y la sucesión de gags y gracietas que algunos podríamos esperar al comenzar el film y que hubieran desprovisto a la cinta de su intento por narrar una historia mínimamente seria y creíble.
Lo que no encaja tan bien en Bye Bye Germany son ciertos pasajes dramáticos. En la segunda mitad del film se rescatan algunas de las circunstancias vividas por el grupo protagonista en esos oscuros años. Garbarski, aunque lo pone en escena de una manera bastante lógica y sin pecar de excesiva aflicción, no consigue despejar el aire de excesiva trascendentalidad que aparece en varias situaciones, especialmente la relativa a una aparente confusión de identidad que implica directamente a uno de los personajes. Pese a que se compensan correctamente estas escenas de índole dramática con las bien ejecutadas secuencias cómicas sobre la venta ambulante de ropa de cama, aquellas suponen un cambio de panorama que no termina de cohesionarse con el resto del metraje.
Dejando de lado estas incursiones por el terreno más sentimental, Bye Bye Germany es una buena alternativa al clásico esquema fílmico sobre el Holocausto. Sin renunciar a mencionar las barbaridades perpetradas por los nazis, Garbarski propone un divertido relato que bien pudo haber ocurrido en aquella época, con la dosis justa de tópicos sobre los grupos de personas implicadas y evitando recurrir a las clásicas secuencias relativas al genocidio que podrían haber trabado el sentido humorístico de la película. Aunque ni llega al punto de socarronería o de atrevimiento ni tampoco goza de una perfecta ejecución como para incluirla en la vasta nómina de obras recomendables sobre el Holocausto, Bye Bye Germany propone un muy acertado argumento que consigue despertar y renovar la atención durante los 101 minutos de película.