Filmado como un proyecto de fin de carrera entre dos estudiantes mientras estudiaban en la Universidad de las Artes de Munich, La historia del camello que llora es el primer largometraje de la directora Byambasuren Davaa (que acaba de estrenar Queso de cabra y té con sal) y su compañero Luigi Falorni. Un documental entre la realidad y la ficción que nos cuenta la historia de una familia nómada de Mongolia que lucha por salvar un camello bebé recién nacido cuya madre camello rechaza por haber nacido albino.
En un viaje retrospectivo del cine de Davaa (saltándome 2 películas y retrocediendo 17 años en el tiempo), se puede ver en La historia del camello que llora un interés por la naturaleza y la vida nómada de su Mongolia natal que vuelve a aparecer en su última película y que va más allá del cine convencional que busca únicamente retratar. Nunca parece negar tener punto de vista. De ambas cintas, se puede extraer una visión alejada de los tiempos actuales donde todo va tan rápido, el consumo es masivo, el trabajo ocupa un tercio (al menos) de nuestro tiempo y nuestro ocio y esparcimiento deben ser productivo sí o sí. Una vez más, asistimos a un mundo exótico que convive cada día más con un mundo globalizado.
Puede que a algunos espectadores todos estos elementos les echen para atrás ante la posibilidad de visionar esta película, pero ofrece los suficientes incentivos como para superar todos los miedos relativos al cine documental (que sólo lo es un poco), el ritmo o el desarrollo de la historia. Detrás de todas las imágenes preciosistas y reposadas que muestran una vida sencilla (aunque muy difícil) en el desierto de Gobi, hay un maravilloso trampolín desde el que zambullirse en una narración que ofrece, sobre todo, una lección de atención plena sobre los detalles.
Teniendo en cuenta que Byambasuren Davaa pertenece a la primera generación sedentaria de una familia hasta entonces nómada, es lógico pensar en que su visión es algo más romántica de lo que quizás es la vida así, pero el cariño y la cercanía de sus retratos los hacen parecer bastante cercanos a una realidad que desconozco. En cualquier caso, en La historia del camello que llora funciona porque todos los componentes del documental se comunican gradualmente entre sí. Como telón de fondo, el desolado pero hermoso desierto de Gobi; por otro lado, la forma de vida nómada con los camellos. Por último, la expresión algo melancólica que vemos en los camellos a lo largo del metraje. Todo junto, genera una atmósfera entre filosófica y mágica que sólo puede darse en lugares que existen, pero que apenas existen.
Quizá por eso no importa demasiado comprobar o averiguar qué es ficcionado y qué real, más allá de que exista una introducción, un nudo y un desenlace. Después de todo, tras ser lo suficientemente pacientes, somos testigos de un acto que parece real, cuando la cámara captura el conmovedor momento del renacimiento del amor entre animales. Y, por si esto no fuese suficiente, esta película también sirve para aprender nuevas formas de limpiar la arena que entra en nuestras casas, yurtas o tiendas de campaña.