Nada parece excesivamente anormal en este grupo de chavales de un barrio cualquiera de Londres que Butterfly Kisses nos muestra en sus primeros compases. Pasarlo bien es su principal meta, como la de cualquier joven de su edad. No existen preocupaciones más allá de este tema, el cual oscila sobre todo en torno al sexo y, más concretamente, al consumo de pornografía a través de Internet. Aquí podría surgir otro de los debates que en nuestros días se suele tratar cuando se habla de este sector demográfico, como es el de la presunta influencia que el consumo de este porno tiene sobre las actitudes sexuales que posteriormente demuestran en la vida real. Sin embargo, tampoco el film se adentra en este supuesto, sino que prefiere virar hacia otro asunto todavía más turbio y que tiene como protagonista a uno de los protagonistas de la obra.
En efecto, Butterfly Kisses aparenta ser en sus inicios una cinta de carácter social, que podría narrar la vida que un grupo de jóvenes cercanos a la mayoría de edad normalmente desarrolla en la actualidad. Pero poco a poco, y sin explicitarlo en demasía, el film cambia de registro y se transforma en lo que casi podría ser un drama psicológico también apegado a una cuestión de actualidad. El mérito de este sutil cambio recae en el director de la obra, el polaco Rafael Kapelinski, quien dirige aquí su primer largometraje.
Aunque, como decimos, en sus primeros minutos la película relata a modo general ese modo de vida de los adolescentes tardíos, poco a poco el film se va concretando en la figura de Jake. Este chico es, a priori, el menos anormal de todos desde un punto de vista social. Tiene un carácter más apacible que la media, parece ser bastante más comedido que visceral y dedica su tiempo libre a ejercer de canguro, un oficio para el que se requiere generar bastante confianza a aquellas personas que contratan esta clase de servicios. Sin embargo, en su interior guarda un negrísimo secreto que parece pasar desapercibido para todo el mundo menos, por supuesto, para el espectador. Kapelinski se encarga de que lo sepamos a través de secuencias que la primera vez parecen poco trascendentes pero cuya repetición temática —que no formal, otra de las virtudes narrativas del film— hace que de inmediato nos pongamos en lo peor.
Esta parte resulta muy inquietante porque sabemos que muchas de las cosas que vemos en el film pueden suceder (y suceden) en la realidad. Pero, muy especialmente, esta inquietud se genera a causa del estilo con el que el director va descomponiendo la psicología de Jake. Kapelinski no solo rehúye cualquier tipo de frivolidad o de exceso, sino que llega a regodearse en su propia habilidad para ser sutil con un desenlace que resulta tan claro en su fondo como atropellado en su exhibición visual.
De esta manera, Butterfly Kisses logra convertirse en una meritoria película que consigue enganchar en su trama manteniendo en todo momento su apego respecto a la realidad. La fotografía en blanco y negro y el acento ‹cockney› de los personajes secundarios son un decorado audiovisual perfecto para que Kapelinski consiga introducirnos en una espiral cinematográfica que se salda de una manera muy poco espectacular, pero ciertamente efectiva si la analizamos desde un punto de vista más cercano a lo que podríamos ver en la vida real, a través de lo que nos transmiten los medios de comunicación. Nunca es sencillo tratar un tema como el que Butterfly Kisses expone en esta hora y media de film pero, una vez vista la película, es fácil descubrir que la vía que Kapelinski sigue para adentrarse en esta problemática resulta del todo acertada.