Las redes sociales permiten a cualquier persona con una conexión a internet tener un altavoz para expresar una opinión. Este hecho, en teoría positivo, también cuenta con un lado malo: ha creado una corriente de neo-puritanismo, de personas o colectivos cuyo oficio parece ser el de ofenderse. El mundo del cine no escapa a ello, sino que se van acumulando los casos de directores, actrices u otros profesionales obligados a dimitir (o directamente ser despedidos) por chistes, opiniones o simplemente por interpretar algunos papeles.
Saber de qué cosas es posible (y hasta necesario) reírse y cuáles no es un debate que hay que tener, o mantener. El arte en general y el cine en particular no puede rehuirlo, ya que de lo que se trata es de la pura creatividad, de qué cosas se pueden hacer como artista. En ese sentido, una película como la islandesa Buenos vecinos (Hafsteinn Gunnar Sigurdsson, 2017), sin ser salvaje, sí que cuenta con algunos elementos de humor negro que permiten reflexionar sobre el tema y contribuir al debate.
Buenos vecinos es una película dividida en dos tramas. En la primera, Atli, el protagonista, es sorprendido masturbándose con un video porno casero con su ex, lo que lleva a su mujer a querer separarse de él y negarle la custodia de su hija. En la segunda trama, los padres de Atli tienen una disputa con sus vecinos por un árbol que da sombra en el porche de estos últimos. Pese a que una cierta estructura en bola de nieve podría hacer pensar que estamos ante una típica comedia de gags, Buenos vecinos va por otras direcciones. Sobria, gris, deprimente en ocasiones, se trata de un film que maneja la fluidez entre géneros, discurriendo entre el drama familiar y el thriller, entre la comedia de enredos y el humor negro. Se trata de una película cuyos personajes viven al límite del hartazgo, hasta el punto de que cualquier pequeña chispa (un vídeo, la sombra de un árbol) puede encender la mecha que les conduzca hacia la violencia o la autodestrucción.
Es una lástima que el film tenga la necesidad de justificar los comportamientos y motivaciones de sus protagonistas por un hecho previo —el suicidio del hermano de Atli— y no simplemente por el clásico ‹homo homini lupus›. Asimismo, Buenos vecinos se ve lastrada por una cierta falta de unidad de las dos historias, que si bien se unen a través del personaje de Atli, son demasiado diferentes temáticamente para evitar tener la sensación de que estamos ante dos películas en una.
Buenos vecinos basa sus mejores momentos en sus personajes, bien construidos y bien interpretados (especialmente Edda Björgvinsdóttir, que interpreta a la madre de Atli). Su sobriedad no evita que haya algunas escenas cómicamente brillantes, especialmente en el tramo final, tan absurdo y retorcido que hace imposible no esbozar por lo menos una sonrisa. Quizás hagan falta más películas como esta para entender que temas como el divorcio, el suicidio o incluso el asesinato también pueden ser divertidos.