Twentynine Palms es, en muchos sentidos, una cinta indefendible, por lo que esta crítica resulta un poco complicada de escribir… puesto que voy a defenderla. Si alguien me grita a la cara que es el mayor coñazo que ha visto en su vida, que de qué va Bruno Dumont, hey, no voy a defenderme. El propio director dijo algo como que esta película debería proyectarse en museos y no en salas de cine (donde hizo una ridícula taquilla). Esta afirmación, para el que ya de por sí esté enervado (o por enervar) por el contenido del film, debe ser el acabose de la pedantería.
Creo comprender a qué se refiere Dumont con esas declaraciones. Nos está diciendo que el formato escogido para su obra puede que sea el cine, pero que nos olvidemos de todo lo aprendido e imbuido machaconamente a través de unos corsés narrativos que al final algunos autores parecen echarse a la espalda voluntariamente, como mártires de los tres actos. Quizá no debamos ver esta película, sino contemplarla. Huyan de aquí los “Eso podría haberlo hecho yo” y los “Pero si no pasa nada” o abandonen toda esperanza.
Twentynine Palms es de un minimalismo apabullante. Trata sobre una emoción concreta: un miedo inexplicable que se siente en algunos lugares. En este caso, el Desierto de Mojave donde se emplaza esta pequeña conquista del hombre sobre la naturaleza que es la ciudad que da título a la obra. Tenemos tan solo dos personajes, una pareja, David y Katia, que viajan en un Hummer en el que suena con insistencia el mismo tema de Takashi Hirayasu, en el imposible subgénero del ‹country› japonés. Él habla en inglés, ella es rusa pero responde en francés. Están viviendo un affaire o eso se deduce de una breve conversación por teléfono de David con otra chica. Él busca el lugar para hacer fotos para una revista o quizá trata de localizar exteriores; es irrelevante, un pretexto.
El ritmo es más que pausado y los planos generosos en tiempo y espacio, puede que haya dos cortes por minuto de metraje. Prácticamente todos ellos van destinados a la construcción de los dos personajes y su relación. Las sutilezas del infierno, puesto que no nos presentarán un conflicto concreto y sólo podremos (al igual que en la vida real, por si no quedaba claro) especular con lo que pasa por la cabeza de cada personaje. Tendremos sexo explícito y diálogos poco reveladores.
El poder hipnótico de la cinta y la fuerte presencia del desierto nos remiten inevitablemente a una de las obras clave en esto que un servidor llama con todo el cariño del mundo Cine del Tedio. No es otra que Gerry (Gus Van Sant, 2002, un año anterior a la cinta que nos ocupa), si bien en ésta el conflicto al que se enfrentaban los personajes era claro: sobrevivir. No estamos seguros de qué peligro acecha a David y Katia, pero es evidente que están solos en este viaje. Todo personaje con el que se crucen será vaga o abiertamente hostil y nos será retratado en la lejanía de un plano general. Curiosamente, los dos protagonistas están muy lejos de ser héroes: no parecen poseer ninguna virtud y el realizador dedica su retrato a unos personajes ásperos con los que el espectador, de identificarse, lo hace con cierta repugnancia. La dependencia de ella por él (un personaje por el que cuesta un gran trabajo sentir algún aprecio), el abuso de él hacia ella, las exigencias de ella hacia él, incapaz de demostrar ninguna capacidad… nos irán sumiendo en una espiral de desasosiego de la que no escaparemos fácilmente. De una forma curiosa, da la impresión de que si pudiéramos entrar en la película y preguntar a sus protagonistas si todo marcha bien, en algunos momentos nos responderían que sin duda todo marcha estupendamente. Pero la atmósfera es opresiva y enfermiza en todo momento. El aura de condenación es insalvable. Los espectadores, de algún modo, tenemos más información que los protagonistas. Y no, sólo tenemos alegre ‹country› japonés para ambientar.
La influencia del caos y el azar en esta obra de polémico final (polémico por el conjunto, en realidad) nos remiten a otro conflictivo realizador francés, Gaspar Noé, por su Irreversible… también de 2002. Puede que estas tres películas generen un triángulo especial, en el que la violencia, la soledad en pareja y el tedio de una existencia que no es interesante ni en sus momentos más extremos sean retratados con una calmadísima desesperación.
Si no les importa pasear por las fronteras del cine, contemplen esta película. Prepárense para violencia explícita y violencia muy poco explícita. Lejos de temas de actualidad, de géneros que van y vienen, cada vez estoy más convencido de que lo único que envejece bien en el cine son las atmósferas. Por lo que encuentro a Polanski en todas partes. También en Twentynine Palms.