Magia, (in)justicia y desasosiego
En el contexto del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva se ha programado la película chilena Brujería, dirigida por Christopher Murray y estrenada mundialmente en el Festival de Sundance a principios de este año 2023. El film, que transcurre en la isla chilena de Chiloe a finales del siglo XIX, nos cuenta la historia de una niña, Rosa, de la etnia Huilliche, que busca justicia tras el cruel asesinato de su padre a manos de una familia de colonos alemanes para los que ella trabajaba.
A partir de aquí, esta historia de justicia, que también deriva hacia la venganza, se desliza por territorios que oscilan entre el mundo oculto y mágico de los Huilliche, la brujería, el descubrimiento de pertenencia hacia los suyos de una niña que ha vivido una experiencia pavorosa, la situación preeminente de los colonos, el maltrato sistemático al pueblo indígena y su lucha desigual porque se haga justicia.
Se trata de una película de buena factura e interesante base argumental, que empieza bien, con un arranque lleno de fuerza, que enseguida nos sitúa en el núcleo de la historia. Sin embargo, según va avanzando el metraje, este va adoleciendo de problemas de ritmo. La película se vuelve por momentos demasiado lenta, contemplativa y con un exceso de trascendencia que distancia un tanto al espectador. Se muestra demasiado estática, avanza a fogonazos y se precipita algo en unos últimos minutos, donde devienen acontecimientos de mucha relevancia no muy bien desarrollados en sus motivaciones, dejando todo, finalmente, demasiado al albur del sobreentendido.
El otro problema es que la película se queda a medio camino entre varios géneros, sin terminar de ser del todo convincente en ninguno de ellos ni tener claro qué rumbo tomar respecto al tratamiento de los acontecimientos que se suceden. Con una estética que podría hacernos recordar a La bruja (Robert Eggers, 2015) e incluso (posiblemente de forma mucho menos obvia), por su atmósfera asfixiante, a El club (Pablo Larrain, 2015), el film deambula en torno a una historia de búsqueda de justicia y reparación, con tintes mágicos que podrían haber derivado hacia el terror en un contexto de fondo de descripción y denuncia por el maltrato al indígena, pero sin terminar de asentarse plenamente sobre ninguno de esos temas, sino sobrevolándolos a cierta distancia, incluso transmitiendo en algunos momentos cierta frialdad.
En cualquier caso, también hay que reconocer que el film posee una notable factura, es efectivo a la hora de crear un clima desasosegante y lo hace además sin recurrir al recurso fácil de los sustos o el efectismo. Además, todo el engranaje de la obra queda en buena parte sustentado por una soberbia interpretación, la de la joven protagonista que encarna a Rosa, a la que da cuerpo y, sobre todo, mucha alma la actriz Valentina Véliz Caileo.
Una película estimable, correcta, por momentos interesante, pero cuya potencialidad y argumento podrían haber producido unos resultados más satisfactorios.