Una ética fragmentada
El veterano director japonés Hirokazu Koreeda debuta en el cine coreano con Broker, película en la que, desde una óptica sosegada y más accesible, indaga en algunos de los temas troncales de su obra cinematográfica, en especial la pérdida o el abandono como punto de partida para (re)construir una nueva familia. La premisa es, de entrada, un planteamiento ético interesante no solo por las cuestiones conceptuales que aborda, sino también por las vías de desarrollo escogidas en sus minutos iniciales.
Dos amigos, Sang-hyeon (Song Kang-ho) y Dong-soo (Gang Dong-won), trabajan como voluntarios en una iglesia que acoge niños huérfanos o abandonados. Sin embargo, de vez en cuando, aprovechan para robar un bebé y buscarle, por su cuenta, unos padres adoptivos dispuestos a pagar una tarifa para cuidar de la criatura como su nuevo hijo. Cuando Su-jin (Bae Donna) vuelve arrepentida a la iglesia tras abandonar a su hijo recién nacido y descubre que los dos hombres han secuestrado, en secreto, al niño, decide unirse a ellos en la búsqueda de unos padres adoptivos para su bebé. Todo esto sin saber que están siendo seguidos, de cerca, por dos policías.
El debate sobre la moralidad de los actos llevados a cabo por los protagonistas se pone en duda en repetidas ocasiones a lo largo del filme. De hecho, una de sus problemáticas es, justamente, la acentuación reiterativa de esa controversia, explicitándola, constantemente, como la idea central del arco logrado por cada personaje. La representación del conflicto, pues, es ejecutada mediante la palabra, en diálogos desmañados por culpa de un subrayado que, además, anula las aspiraciones humorísticas de Broker, en general, claramente fallidas. A todo esto, el dilema moral queda proyectado en una puesta en escena decepcionante, carente de la sensibilidad y el tacto de otros filmes del cineasta nipón quien, puntualmente, huye de la monotonía del plano contraplano a través de la cual desenvuelve buena parte de las escenas de la cinta, para ofrecer imágenes de las que aflore una emoción subyacente en los temas básicos del filme.
La nana que Su-jin canta a su hijo prácticamente a oscuras en el coche, vista desde los ojos de una policía escondida en la parte trasera, deja un encuadre en el que apenas vemos los labios de la madre, pues su rostro queda ocultado por la silueta de los asientos, que refuerzan la presión ética que recae sobre ella. Una maternidad partida, como bien expresa el uso de la luz en la secuencia de la confesión de Su-jin al atravesar túneles en un tren, donde Kore-eda juega con la intermitencia lumínica, de nuevo, para materializar en imágenes la doble moralidad de las acciones de sus personajes y la imposibilidad de exteriorizar, es decir, sacar a la luz, sus traumas familiares.
Este momento, sin duda, uno de los más inspirados de Broker, viene seguido de un plano aéreo a vista de dron tan bochornoso como significativo de los problemas escénicos de la película, en resumen, lastrada por una imagen digital demasiado nítida y superflua. No obstante, al fin y al cabo, esta no deja de ser una extensión de la profundidad dramática alcanzada por Koreeda en una aproximación menor a las familias quebrantadas de su filmografía.