El vacío existencial de la juventud es una temática muy habitual en el cine japonés de las últimas décadas. Son varios los autores de ese país que nos han manifestado el contraste existente entre una generación joven harta de la decadencia de la adulta que no la comprende y ésta. Dentro de este grupo destaca Kiyoshi Kurosawa (Kōbe,1955). Su filmografía abarca géneros tan dispares como el erótico ‹pinku eiga›, el policial, el terror y el fantástico; siempre dentro de los terrenos netamente autorales. Sus personajes se suelen caracterizar por debatirse entre la materialidad absoluta y las obsesiones. Sus trabajos más reconocidos son Cure, Charisma, Kairo, Tokyo Sonata, y el que hoy nos ocupa, aunque su trabajo ronda cerca de 30 títulos (algunos de ellos realizados para televisión). Kurosawa destaca por utilizar elementos de profundidad metafísica mezclados sin ningún rubor con el humor más absurdo. Aspectos que le dan un inevitable cariz irreverentemente místicos a sus trabajos.
La cinta arranca presentándonos a Nimura, un joven que sueña habitualmente con un futuro mejor, rebosante de paz y esperanza. Por desgracia, desde hace poco tiempo ha dejado de tener estos dulces momentos oníricos, y las escasas veces que los tiene sólo ve oscuridad. No obstante, se ve superado por la realidad, vaga como si se tratase de una especie de fantasma urbano. Mamoru, al que conoce de trabajar en una lavandería industrial, tiene al cuidado una medusa venenosa a la que intenta aclimatar al agua dulce. La conexión existente entre estos dos seres solitarios es tal que crean un código mediante el cual se comunican para emprender todo tipo de acciones. Su jefe, el señor Fujiwara (Takashi Sasano) intenta acercarse a ambos fuera de las horas de trabajo. Viendo la fascinación que siente su amigo por la Medusa, decide dársela para que cuide de ella. En una de estas visitas hay un pequeño incidente con la medusa que provoca que el dúo abandone el empleo. Cuando Nimura recuerda que tiene que recuperar un CD de música que le había prestado al empresario, sin motivo aparente, se dirige con muy malas intenciones al domicilio de éste. Al llegar, descubre el cadáver del señor Fujiwara y su esposa, y todas las sospechas irán a parar hacia su compañero.
Bright Future es un filme que transgrede algunas convenciones narrativas que no la hacen muy fácil de asimilar, ya que requieren de cierto grado de implicación emocional de nuestra parte. El director nipón plantea cuestiones trascendentes como la situación del individuo frente a la sociedad, la paternidad y la carencia de esta, pero lo hace sin tomar partido ni intentar juzgar los actos de sus personajes. Estos dan la sensación de estar faltos de emoción, sin embargo, conforme avanza la trama, y sin que ellos varíen su actitud, se perciben ciertos sentimientos en ellos que provocan empatía en la audiencia. El autor no llega a dar indicios en ningún momento sobre cuáles son las motivaciones que han llevado a Mamoru a perpetrar el crimen, aspecto que contribuye a dotar de mayor ambigüedad a todo lo que acontece. El halo de trascendencia que deprende durante casi todo el metraje (y gran parte de la filmografía de Kiyoshi) viene acompañado de pequeños momentos irreverentes y desconcertantes, como la aparición de un grupo de vándalos, ataviados al más puro estilo Kubrick en La naranja mecánica, con el añadido de unas camisetas con la cara del Che Guevara.
Las actuaciones del trío protagonista son muy convincentes, destacando el debut como actor de Jô Odagiri, sobre el que recae el peso de la historia. Tadanobu Asano sigue en su línea de papeles misteriosos que le han encumbrado como uno de los actores más importantes del cine japonés contemporáneo. También destaca la brillante actuación de Tatsuya Fuji en el papel del padre, conocido por su papel en El Imperio de los Sentidos de Nagisa Oshima.
Nos encontramos ante una obra con un ritmo que avanza lentamente (como gran parte del cine de autor oriental), casi sin que lo percibamos (y ahí radica parte de su encanto), con la escasez de diálogos (sobre todo en la primera mitad) que suele acompañar al retrato de unas almas en pena que no encuentran su lugar en el mundo. El clima está muy logrado y posee algunas escenas de inusitada belleza cargadas de hipnotismo gracias a la presencia de las medusas, con el idílico aspecto que les caracteriza y la peculiar forma que tienen de desplazarse, mezclada con la peligrosidad de sus tentáculos, que usan para capturar a sus víctimas y como forma de defensa. Los filmes de Kiyoshi no suelen tener unos colores muy marcados, acostumbran a estar teñidos de un blanco y negro permanente, utilizando los colores vivos para remarcar un acontecimiento y provocar la atención del espectador. En este caso, está filmado con una cámara digital, sorprendiendo en algunos momentos con un granulado exagerado que no tiene mucho sentido. Tampoco lo tiene el uso de la pantalla partida que utiliza cada vez que los personajes conducen un automóvil. Pese a su reducido presupuesto, los efectos especiales para recrear el tránsito de las medusas (una de las situaciones más bellas de la película) en las aguas de Tokyo no desentonan en absoluto.
Bright Future es una obra misteriosa, cargada de nihilismo, lirismo y ambigüedad, que puede dar lugar a multitud de interpretaciones gracias a la multitud de símbolos (tan habituales también en en cine asiático) presentes a lo largo de la narración; y es una de las opciones más interesantes para iniciarse en la filmografía de este talentoso (a pesar de su irregularidad en los últimos tiempos) y prolífico autor nipón que no tiene ninguna relación, más allá de la nacionalidad, con el maestro Akira Kurosawa.