Quizá sea el irremediable hechizo que sostienen sus pequeñas aldeas, o puede que el ténebre misterio escondido en sus frondosos bosques, incluso la inabarcable presencia de esos inquietantes valles, pero lo cierto es que el medio rural siempre ha tenido una estrecha relación con el cine de terror, una relación que ni siquiera ha desplazado esa llegada de criaturas más mitológicas a las grandes urbes, algo patente hasta en obras maestras del género como aquella Un hombre lobo americano en Londres de John Landis, que no daba sus primeros pasos en la campiña inglesa por casualidad. Y es que la relación entre esos parajes y la naturaleza de las criaturas que siempre han habitado nuestras peores pesadillas ha sido una constante en la construcción, ya no tanto de atmósferas, como de un espacio propio en el que otorgarles una naturaleza y una idiosincrasia que rara vez ha truncado incluso ese desplazamiento a otros entornos.
El segundo largometraje de Chris Baugh nos devuelve a esa campiña, aunque lo hace blandiendo un componente ya totalmente asentado en el cine de género contemporáneo: el del abordaje de la aparición de esas criaturas desde una veta cómica explotada mediante la desacomplejada mirada de individuos cuyo carácter propone una suerte de huida hacia adelante donde ni siquiera legendarias maldiciones parecen perturbar sus apacibles existencias. Ese es el contexto en el que Eugene Moffat, el hijo un tanto insumiso del jefe de una obra, se enfrentará a un legendario ser tras invocarlo accidentalmente —tras ignorar otra de tantas leyendas urbanas que pueblan aldeas y lugares dejados de la mano de Dios— en una de sus incursiones nocturnas.
Boys from County Hell prescinde así de algunos elementos clásicos del horror, y si bien se transforma en una arquetípica comedia de terror, tiene claros en todo momento sus propósitos, que ni por un momento se despegan del chascarrillo con el que conectar con un espectador que sabe en todo momento ante qué se encuentra, y quizá halla en esa disposición un ‹handicap› en tanto el largometraje de Baugh no entiende cómo despegarse de una liviandad desde la que quizá se comprende mejor la esencia de la propuesta, pero que limita inevitablemente sus posibilidades; unas posibilidades que, dicho sea de paso, no parecen poder llevarnos demasiado lejos, pero sin duda podrían componer una mirada mucho más incisiva en una escisión genérica que, por momentos, parece querer conformarse con despertar la simpatía del respetable y poco más.
No es, en otros términos, nada desdeñable el trabajo de Baugh, quien aprovecha las virtudes de una definida ambientación para dotar al conjunto de cierta entereza (más que personalidad), demostrando que hace algo más que dirigirse a los tropos del género para juguetear con ellos, también los maneja en la construcción de secuencias que no dejan lugar a dudas de la naturaleza de la propuesta, pero tampoco encuentran estímulos más allá de la exploración del género.
Boys from County Hell se destapa como ejercicio desde el que continuar indagando en un filón que, si bien lleva años siendo explotado con sus más y sus menos, encuentra al menos la ligereza necesaria como para lograr una desconexión en ocasiones necesaria. Puede que en esa poca enjundia el trabajo del irlandés pierda en parte su fuerza, pero cuanto menos nos encontramos ante una propuesta cuya honestidad (que no va mucho más allá de una comicidad inofensiva por más que se arme en base a ese carácter gamberro tan habitual del humor de las islas) y encanto disponen el terreno perfecto para componer el entretenimiento ideal.
Larga vida a la nueva carne.