Viejas leyendas, un grupo de trabajadores en mitad de la nada, la difícil relación padre/hijo y las ganas de los jóvenes de buscar oportunidades y expandir sus límites son los temas que toca Chris Baugh en un interesante cortometraje cuya profundidad resulta insólita para el tiempo que dura.
En mitad de la nada, en una carretera secundaria al lado de un páramo sobre el que circulan historias, antiguos cuentos para asustar a los niños, un equipo de trabajadores arregla una valla. El más joven de ellos le cuenta al otro lo harto que está de esa vida y las ganas que tiene de irse a Australia. Cuando llega el patrón, padre del chico, descubre que el trabajo se está haciendo mal y decide que tendrán que quedarse a trabajar por la noche para solucionarlo.
Con apenas tres actores que, eso sí, tienen una química fantástica entre ellos, Chris Baugh nos narra una historia de terror y acción en la que subyace una gran filosofía. Cuando uno de los miembros del grupo se ve atacado, el resto trata de huir y esconderse, pero finalmente tendrán que luchar. Se crea una contraposición muy interesante entre los espacios interiores, la furgoneta en este caso, seguros y los exteriores, fuente de peligros.
Hay espacio incluso para los efectos, pues el vampiro (pues al final descubrimos que este es el monstruo al que se enfrentan) está bastante bien conseguido (aunque no sigue el prototipo de estos seres) Cabe destacar también que no se buscan extrañas teorías sobre las apariciones de seres míticos: Se acepta como algo normal, una suerte de realismo mágico llevado al cine ¿Cuándo han mentido los cuentos narrados por los mayores?
También hay espacio para el humor, un humor negro bastante británico que, por suerte, viene en pequeñas dosis, pero que sirve para aliviar tensiones a la trama principal. No obstante, la fuerza del corto reside en su capacidad para estructurarse de forma clara, pese a dejar un final abierto, y darnos, condensada, una buena historia de acción, terror y suspense. Y todo ello gracias a un guión decente, un buen juego de luces y sombras, unas interpretaciones correctas, ni más ni menos. No hay trucos, ambages, tecnicismos ni añadidos. Simplemente una cámara y una historia que contar. Buena muestra de la vigencia de la aplicación práctica de la navaja de Ockham, que alguno debería recordar: Si se puede hacer correctamente con sencillez, ¿para que complicarse?