No volvía al cine del tándem Delépine-Kervern desde 2010, cuando estrenaron en nuestro país la notable y poco valorada Mammuth, y resulta gratificante comprobar que siguen tan fieles a sí mismos, tan insobornables y marcianos y comprometidos con una forma de entender el humor (y la vida) que resulta absolutamente personal e intransferible, como lo es la del también francés Quentin Dupieux, el otro gran renovador de la comedia gala. En Borrar el historial siguen apegados a criaturas inadaptadas, atrapadas en los engranajes de un mundo moderno al que no pueden seguir el ritmo, y cuyo progreso adquiere a veces la lógica absurda y deshumanizadora de una pesadilla contra la que se rebelan (más bien infructuosamente) los protagonistas. Su empresa, quijotesca y admirable (a su modo un tanto patética), da pie a numerosas situaciones de humor gélido y delirante, que a fin de cuentas es lo más destacable de la película, es decir, su capacidad para crear un clima de permanente desconcierto, en el que la sonrisa incrédula o cómplice sustituye a la carcajada propiamente dicha.
Borrar el historial es, pues, la crónica fascinante de un fracaso, y una película que, sin llegar a funcionar completamente (servidor echa en falta algo de la emotividad soterrada de Mammuth), sirve para poner nuevamente en valor el talento de sus creadores para pergeñar algo que se siente al mismo tiempo completamente singular y relevante, una cinta que habla indudablemente del presente (todas las taras de esta sociedad nuestra subordinada a lo tecnológico y lo digital están aquí reflejadas de un modo u otro) desde una posición beligerante e inconformista, pero que también se destaca como arriesgado experimento de comedia cuya impronta fuertemente visual lo distingue del grueso de películas adscritas al género. Una forma de comedia en la que, inesperadamente, se filtra la melancolía y la desolación, dejando a las claras que detrás de la broma hay una reflexión sobre el presente que tiende a la amargura.
Aún así, el optimismo de los personajes se impone a lo demás, y Borrar el historial es en general una película feliz, tan lúcida como absurda, inevitablemente anticapitalista, y animada por la voluntad de cambio y de lucha de ese trío que tan bien interpretan Gardin, Masiero y Podalydès, cómplices en gran medida de la eficacia cómica del film, en el que también podemos disfrutar de algunos cameos deliciosos (Houllebecq haciendo de suicida o Poelvoorde de rider estresado hasta el infarto, memorables ambos). A su vez, la creatividad de sus directores para la puesta en escena, en la que abundan los gags visuales brillantes, así como para el diálogo tan absurdo como desternillante, hacen de esta inusual película una de las comedias más originales y refrescantes de las estrenadas en los últimos meses, amén de demostrar que Delépine y Kervern no han perdido su mojo y siguen siendo igual de buenos que siempre a la hora de plantear historias no por extrañas menos humanas.