Borgman (Alex van Warmerdam)


Resulta todo un acontecimiento que se estrene una película de Alex van Warmerdam en nuestro territorio. Un autor que lleva desde 1986 realizando películas con un sello marciano (del cual  me extenderé más próximamente en El director de la semana). El octavo largometraje de este inconfundible director neerlandés fue la brillante ganadora en el pasado Festival de Sitges, y estuvo incluido en la sección oficial del Festival de Cannes, siendo la primera película de su país participante en los últimos treinta y ocho años en el prestigioso festival francés. Borgman supone su incursión con mayor repercusión fuera de su país, además de ser la más diferente, oscura y arriesgada, sin abandonar en ningún momento su sello irreverente tan original. Además de dirigir, van Warmerdam ejerce como actor y firma un guión en forma de fábula satírica, impredecible y estimulante, cargado de agitación social, inteligencia y un sentido del humor cruel que haría las delicias del Marqués de Sade; cuyo gran mérito, además de la salvaje diversión, se halla en la cautivadora forma con la cual está narrada y la gran cantidad de temáticas que abarca.

Camiel Borgman es una especie de vagabundo muy enigmático  que luce una barba y una melena prominentes.  Este desaliñado individuo vive  bajo tierra en una madriguera humana ubicada en medio del bosque, y tiene que huir ante la llegada de tres cazadores armados (entre ellos un sacerdote) con una escopeta y una estaca afilada, que le buscan con no muy buenas intenciones. Tras este suceso avisa a sus compañeros, que viven en las mismas condiciones, y se traslada (aparentemente al azar) a una vivienda de lujo de una urbanización cercana al bosque en la que pondrá todos los medios para entrar, inicialmente para ducharse y relajarse, aunque con un objetivo más que claro: instalarse definitivamente. Sin embargo, el propietario de la vivienda, ante la insistencia de Camiel, y un comentario que involucra al pasado de su esposa, reacciona propinándole una brutal  paliza. La mujer, sorprendida por el acto desproporcionado de su marido, decide ocultarlo en un habitáculo al lado del jardín con la intención de curar sus heridas. Su presencia clandestina irá influyendo paulatinamente en el núcleo familiar. Pero nuestro protagonista se aburre y quiere ir más allá, y lo conseguirá hasta unos límites insospechados.

El director holandés disfruta moviéndose entre géneros tan dispares como el drama, el thriller sobrenatural, el  terror y la comedia irreverente, para desarrollar un acertado análisis psicológico sobre el miedo, la crueldad y la perversidad humana, sin olvidarse de la eficiencia de la manipulación, la seducción hipnótica, el concepto de la supremacía del vicio sobre la virtud,  la pérdida de la identidad promulgada por la sociedad actual, la lucha de clases y los prejuicios racistas, representados por el padre de familia que tiene una consigna moral clara: evitar a toda costa que entre en su hogar un jardinero que no sea de raza blanca y de aspecto elegante. La película presenta una insólita y delirante parábola en la que el argumento está supeditado a las dudas y el desconcierto que presentan las situaciones bajo una atmósfera onírica y mágica plagada del humor absurdo y la crítica social habituales en el proceder de van Warmerdam, protagonizada por unos personajes misteriosos y excéntricos que parecen salidos de otro planeta. A pesar del estupor generalizado por su evidente ambigüedad (resulta imposible comprender plenamente las motivaciones de los agresores y los damnificados), Borgman propone un elaborado retrato del declive de la institución familiar.

La cinta arranca con un letrero  con un «Y descendieron sobre la Tierra para fortalecer sus filas» que avisa del perfil sobrenatural de la narración, y está plagada de símbolos religiosos, referencias a la historia del arte y a la mitología (especialmente la germánica). Camiel parece poseer extraños poderes procedentes del más allá que nunca son clarificados plenamente. Podría tratarse de un vampiro diurno debido  la presencia de un cura con una estaca de la escena inicial asaltando al protagonista, quien vive bajo tierra y pide permiso para entrar por primera vez en el chalet de lujo asaltado. Sin embargo, los extraños rituales en los cuales se sienta desnudo sobre sus víctimas mientras se hayan durmiendo, nos remiten claramente a la imagen del incubo (un demonio que aparece en la tradición y mitología europea de la Edad Media). Incluso podríamos encontrarnos ante un revolucionario con duros y oscurantistas métodos en una obstinada cruzada proletaria para desestabilizar a la burguesía.

Borgman

La premisa de esta nueva e inclasificable travesura libertina del director holandés ha sido llevada infinidad de veces al cine: un hombre se introduce en la casa de una familia con la intención de destruirla desde dentro. Sin embargo, el director de Los norteños da una vuelta de tuerca presentándolo con un enfoque distinto al de la mayoría de estas incursiones cinematográficas, ya que la familia atacada cae víctima de una extraña hipnosis y no es consciente en ningún momento de estar siendo asediada. Hay ecos de La naranja mecánica de Stanley Kubrick, Teorema de Pier Paolo Pasolini, El sirviente de Joseph Losey, Funny Games de Michael Haneke o Visitor Q de Takashi Miike. También hay  puntos de conexión con el discurso de Viridiana de Luis Buñuel, y con la obsesión del director aragonés y de Claude Chabrol por la burguesía. Para alguien que no haya seguido su atractiva filmografía, también puede dar la sensación de inspirarse en Canino por la trascendencia de la manipulación psicológica y la violencia física, con el sentido del humor siniestro por bandera; pero esas son algunas de las constantes del director holandés desde Abel, su primera película (rodada en 1986). De hecho, posiblemente, van Warmerdam sea una de las influencias del extravagante universo de  Giorgos Lanthimos. Borgman aglutina las obsesiones de la mayoría de los filmes del holandés: la muerte está presente en todos sus trabajos (excepto en su debut), el secuestro voyeurista y la presencia de un personaje dedicado a la creación pictórica de El vestido, el núcleo familiar torcido de Abel y The Last Days of Emma Blank, el onirismo y la trascendencia del bosque de Los norteños,  la violencia socarrona de Camarero y la seducción erótica de Little Tony.

La narración presenta el habitual ritmo sosegado del autor holandés (aunque no paran de suceder cosas constantemente) y está atorada de tensión a borbotones para desarrollar una experiencia con aires de pesadilla psicológica, dotada de una mórbida abstracción y hermetismo, que insinúa mayoritariamente mediante el simbolismo. En el plano formal, supone la depuración absoluta de la estética del director, presumiendo en todo momento de una elegante y medida puesta en escena, amparada en una fotografía sobria, colorista y recargada, con las habituales tomas del director europeo (especialmente medias, con algún ocasional primer plano de Camiel en solitario y de la pareja pudiente), dotadas de mayor movimiento que nunca, con un sentido arquitectónico (la vivienda y el jardín se construyeron expresamente para la película), y una locuaz influencia de la composición pictórica (el director estudió diseño gráfico y pintura cuando era joven, y también se ha dedicado profesionalmente al arte de la pintura, e incluso el teatro al que homenajea en una delirante secuencia).

Una de las grandes bazas, junto al guión y la puesta en escena, es la convincente actuación de todo el elenco de actores, entre los que sobresale especialmente Jan Bijvoet en el rol de un oscuro manipulador que representa notoriamente la exaltación y el miedo contra lo desconocido, que cambia radicalmente de look para no ser reconocido cuando se transforma en jardinero. Camiel siempre es educado, respetuoso y, salvo en un par de acciones, deja que sean sus discípulos quienes ejecuten sus violentas órdenes. Tampoco tiene desperdicio el personaje de la mujer (interpretado por Hadewych Minis), quien se vuelve comprensiva con la situación del visitante, inicialmente, y termina bajo su influjo absoluto, dotando de un nuevo aire a su aburrida existencia. El componente cómico, a pesar de su incuestionable perturbación, está presente durante todo el metraje, aunque viene prioritariamente de la mano de sus discípulos, aparentemente satánicos. Unos personajes tan de andar por casa que utilizan el palo de un helado usado como utensilio médico y los cubos repletos de cemento con un luctuoso fin, elevando la desaparición de los cuerpos a la categoría de arte. La película está plagada de escenas para el recuerdo, como todas las que implican el plan ideado por el protagonista y sus secuaces para sustituir al jardinero, o la posterior y desternillante aparición de dos ayudantes de jardinería para poner patas arriba el jardín con un objetivo tan desconcertante como ambicioso. Camiel y sus secuaces caen bien a pesar de su atracción inexorable por la violencia, y el núcleo familiar resulta tan ridículo que sus despiadadas acciones no son mal recibidas. Y qué decir de los perros que transitan por la casa o la preciosa niña rubia con apariencia inocente que queda hipnotizada por los cuentos del huésped barbudo y facilita el trabajo de sus invasores.

Descoloca sobremanera la mezcla del realismo de algunos pasajes con el cariz de improbabilidad de lo expuesto. Como sucede en algunos de los filmes de van Warmerdam que he tenido el placer de ver, no queda nada  difuso el mensaje subyacente. Muchos la acusarán de dispersa, caprichosa y aleatoria, pero en un segundo visionado decrece sobremanera esa leve sensación inicial. De todos modos, puede resultar frustrante para los espectadores ansiosos por tener todo controlado, porque huye de la tentación de aclarar el significado de los múltiples misterios que plantea, colocados siempre con maestría y precisión. Una decisión que se antoja necesaria porque de lo contrario corría el riesgo de quedarse en una mera cinta de género carente de la personalidad marciana que atesora la cinta holandesa. El director está mucho más seducido en exponer los conflictos que genera la presencia del nuevo invitado sobre una familia dominada por la codicia, las manías, los miedos y los fracasos.

Resulta un auténtico soplo de aire fresco encontrarnos ante una propuesta que requiere de cierta implicación por parte del espectador para dar forma a una historia cargada de imaginación y complejidad. Destaca especialmente su portentosa primera mitad, aunque el conjunto no decae en ningún momento, y cuenta con un epílogo a la altura de semejante rareza. Nos encontramos ante una propuesta que atraerá sin reservas a quienes estén ávidos de un lenguaje que se salte sin cortapisas los preceptos del cine convencional. Sin duda,  la obra cumbre de van Warmerdam junto a Los norteños.

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